Vie 25.06.2010

DEPORTES  › A PROPOSITO DE LAS COMPARACIONES CON MUNDIALES ANTERIORES

Sobre cábalas y paralelos

Lionel Messi todavía no marcó, pero Mario Kempes tampoco lo hizo en la primera fase del Mundial de 1978: lo mejor vino después.

Cuando todavía no soñaba con respaldarse en la solidez de semejantes resultados (tres jugados, tres ganados, puntaje ideal, siete goles a favor, uno en contra, 2,66 goles por partido), Diego Maradona jugaba con resguardarse en los paralelos que su proceso podía tener con respecto al que lo coronó campeón mundial en 1986. Su enfrentamiento con la prensa, que alcanzó su pico máximo en la noche del Centenario, cuando invitó a succionar méritos, pudo haberse basado en cierto maltrato evidente, pero sin duda fue exacerbado por el técnico para exaltar aquel momento crucial, ya dotado de carácter mitológico por sus protagonistas, en 1986: el de un plantel que partió de Buenos Aires cubriéndose de las críticas y casi en soledad.

Algo le falló a Maradona en aquel paralelismo. El periodismo empezó a girar casi milagrosamente después de la victoria 1-0 sobre Alemania en el amistoso de Munich (aunque en rigor no había nada entonces que hiciera suponer este prodigioso presente). Y aunque no falten los desafíos, la relación se mantiene untuosa; pero, especialmente a diferencia de lo que sucedía en 1986, el gobierno nacional no quiere voltear al técnico. De aquel gesto a mitad de camino de Raúl Alfonsín pretendiendo desplazar a Carlos Bilardo (al que había entregado hasta el mismo Julio Humberto Grondona) a esta despedida 2010 con el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, deseándole suerte en Ezeiza, la distancia no puede ser mayor.

Se ha hurgado en procura de otras analogías, como la del minuto 6. Gabriel Heinze marcó el primer gol de la Selección en el Mundial en ese momento, de la misma manera que Jorge Valdano había anotado el primer tanto de la Argentina en 1986 contra Corea del Sur.

Claro, a nadie se le ocurrió que la proposición “la Selección Argentina debutó en el Mundial con un triunfo 1-0 sobre Nigeria, con un gol logrado de cabeza en el primer tiempo por un ex futbolista de Newell’s”, válida tanto para el Mundial en curso como para el Mundial 2002, cuando Gabriel Batistuta abrió la cuenta. El paralelismo es indudable, pero, ¿a quién se le habría ocurrido aferrarse precisamente a ése?

El 4-1 frente a los coreanos bombardeó otra posibilidad. Si Gonzalo Higuaín no hubiese cabeceado al tercero de sus goles en ese centro preciso de Sergio Agüero, se habría repetido el resultado de 1986 ante el mismo rival. ¡Y qué no se habría postulado entonces! Mejor así.

Sin embargo, el parangón más notorio es el que parece estar gestándose. Hasta ahora no se lo ha mencionado o, en todo caso, se señala con pesar una de sus causas. Lionel Messi, se apunta, todavía no ha convertido goles en el Mundial. Está rindiendo en un alto nivel, se lo cataloga como una de las grandes figuras de la Copa del Mundo, pero –¡pecado!– no convierte. Está presente en casi todas las jugadas de gol, como sucedió en las de los cuatro contra Corea y el remate que Tzorvas desvió hacia el pie derecho de Palermo. Pero no convierte.

Es preciso entonces recordar ahora, si es que alguien cree que los paralelismos son imprescindibles para ducharse en la gloria, que Mario Alberto Kempes tampoco había conquistado tanto alguno en la fase inicial del Mundial de 1978. Pero le anotó dos goles a Polonia, otros dos tantos a Perú y por último dos goles más a Holanda en la final, para consagrarse el mejor jugador de aquel torneo, el goleador del certamen y el símbolo de la primera Argentina campeona del mundo.

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