DEPORTES › OPINION
› Por Pablo Vignone
Argumentar que la victoria de la Selección Argentina sobre Irlanda es un paso adelante en las posibilidades de Sergio Batista para mantenerse en el cargo de entrenador navega entre el exceso y el ridículo, pero ante la ausencia de una discusión valedera y objetiva en torno de un mentado pero todavía inexistente proyecto para el Equipo de Todos (pero del que sólo la AFA es propietaria), la construcción de la realidad que ensayan los medios masivo apunta en esa dirección. Ni siquiera se han detenido en la obvia similitud con el proceso anterior, que capotó de manera tan estridente. Uno a cero –aquél en Glasgow, éste en Dublín– y una abrumadora liviandad para rescatar un concepto positivo, de aquel famoso “ya se notan algunos cambios de mentalidad” porque Maradona había pasado dos días con los futbolistas, a este “paso adelante” que se repitió en los zócalos televisivos de la antevíspera.
Con Maradona a bordo, parecía necesario para alejar el fantasma –holgazán y alimentado a whisky y talco– de Basile; ahora, con Batista, se trata de poner distancia del contradictorio, cambalachero, poco adecuado Diego. El único que se retobó frente a semejante alineamiento unidimensional fue Carlos Tevez; finalmente lo conminaron a decidirse de qué lado estaba. “Soy como un hijo para Grondona”, señaló Carlitos; más que padre –habría que acotar—, un padrino.
No debe ser pura casualidad que esa construcción que proponen los medios audiovisuales coincida en término con el plan que se propuso llevar a cabo Julio Grondona para ponerle faja de clausura al Conventillo de la Paloma, para que finalmente todo (y también la Era Maradona) pase. Que el tiempo transforme las protestas y las acusaciones en débiles ecos.
Ha encontrado Grondona un buen compañero para este truco. Batista sabe dar señales. En esta excursión irlandesa ha dado pruebas de ello. Con una convocatoria que él mismo no formuló, paró en la cancha un dispositivo que, con el diario del lunes bien estudiado, habría sido acaso el ideal para salir a jugarle a Alemania los cuartos de final del Mundial, con tres volantes centrales (como jugaba Batista) para controlar febrilmente la pelota. Como para demostrar que si había una lección para aprender, ya pertenece al patrimonio del conocimiento colectivo del fútbol. Buen alumno el entrenador.
Luego, Messi, la debilidad de Grondona. Falto de recursos didácticos para armar un conjunto de jugadores-engranajes, Maradona acudió a la apelación casi bestial a la fibra del rosarino, desafiándolo a transformarse en eje milagrero del asunto. Maradona no lo conocía como Batista, que lo tuvo en los Juegos Olímpicos, y le pidió lo imposible, hasta la desesperación. Messi salió herido de la convivencia con Diego en la Selección. Por eso parece decidido a tomarse revancha, aun a riesgo de ser considerado el enésimo traidor por un bando maradoniado de límites desdibujados, apostando de lleno a una sociedad de hecho que puede resultarle fructífera a ambos. Una alianza bendecida por el resto de los jugadores de predicamento en la Selección.
El técnico no se privó de producir guiños. Se la pasó hablando de posesión en las horas previas al partido. Un equipo que controla la pelota juega en el límite. Puede usarla para causar daño en el arco contrario o conservarla para no ser herido en el proceso. Noventa minutos solían ser escasos para el análisis, pero los comentaristas audiovisuales te tiran hoy tres conceptos tácticos en el primer minuto del partido; es lo que hay. Y de lo que se vio, por televisión y a la distancia, se puede pensar que la posesión que inculca Batista, con los jugadores que le citó Bilardo, se emparenta con la cautela. Como si estuviera convencido de que el camino hacia su confirmación no debe atravesar el terreno de la osadía; pese al mensaje atractivo, el conservadurismo de la pelota podría suponer otras connotaciones en este tiempo.
Si es preciso consultarlo a Bilardo, admitió Batista, lo hará sin chistar. Sabe ya que Grondona considera la sabiduría del ex entrenador de México 1986 al punto de haberlo respaldado y sostenido. Y también comulga con ciertos principios. De aquella presunta revolución táctica que Bilardo instauró en 1986 con el 3-5-2, lo concreto es que el técnico creía (cree) que la proporción correcta en la formación de campo eran siete futbolistas para defender, tres para atacar. Claro, entre los que atacaban contabilizaba a Diego. En Dublín, la proporción fue la misma: Burdisso, Demichelis, Samuel, Heinze, Mascherano, Gago, Banega versus Messi, Di María, Higuaín. De paso, nada que ver con el conjunto “partido”, el 5-5 de Maradona en el Mundial.
¿Pudo Batista haber dispuesto una formación más ofensiva pese a no haber decidido la convocatoria? Pudo. Pero acaso no le pareció conveniente para la circunstancia. En el plantel estaban Pablo Zabaleta y Emiliano Insúa, integrantes del campeón olímpico de Beijing. Ambos entraron en el segundo tiempo irlandés, con el triunfo prácticamente asegurado. Con Zabaleta y Monzón, aquel equipo de Beijing era dueño de otro carácter. Al arco iba Romero, en el medio jugaban Banega y Gago junto con Mascherano, Di María era la figurita en ascenso y Messi era media estrella.
La otra media de aquel campeón era Juan Román Riquelme. ¿Otro guiño más para Grondona? El dirigente lo prefiere en la Selección antes que afuera, y Batista lo considera estrechamente. Pero ayer el astro de Boca fue evasivo con respecto a su regreso al seleccionado. ¿Le sobreviven resquemores con Messi a causa de aquella nunca aclarada participación de los futbolistas en la intempestiva salida del seleccionado de Alfio Basile?
Parece ridículo que un par de resultados pueda determinar la suerte de la Selección. O que aseguren con desparpajo que lo que es bueno hoy pueda no serlo en seis meses, sometiendo el prestigio de los presuntos candidatos a la veleidad de los resultados del Apertura 2010. Pero, elaborado en la dimensión AFA, el discurso de lo repentino no causa sorpresa. El proceso estipulado de apuro para salir del paso –Comisión de Selecciones, análisis de proyectos, elevación de propuestas, aceptación de candidatos– sirvió para ganar algo de tiempo, hasta el partido en Dublín. Exactamente dos semanas después de que Maradona tachara de traidor a Bilardo y acusara a Grondona de haberle mentido. Diego es hoy un cadáver afista, al que arrojaron por la borda los acusados, que navegan rumbo a Brasil 2014. Ya no quedan vacantes.
Maradona nunca viajó en barco. Prefirió siempre los caminos de cornisa. Batista, en cambio, viene despacio, por el medio de la autopista, haciendo luces, pensando en llegar. Lo esperan un par de estaciones de peaje. ¿Pagará con billetes grandes o simplemente tendrá el cambio justo?
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