DEPORTES › OPINIóN
› Por Pablo Vignone
En la primera fecha, este último fin de semana, de la edición 2010/2011 de la Bundesliga, ejemplo de organización y máxima competencia de un fútbol que despertó inusitada atención después del nocaut de Ciudad del Cabo, se marcaron 28 goles en 10 partidos, un promedio de casi tres. Paralelamente, en la tercera fecha del Clausura 2010 se anotaron 19 tantos en la misma cantidad de encuentros. Menos de dos goles por partido.
La relación no es 4-0, como podrían pensar los extremistas que extrapolan enciclopedias de conclusiones a partir de un solo partido (más sentenciosas cuanto más decisivo es el encuentro), pero es notable. Y ni qué comparar con la Premier League inglesa, de ritmo vertiginoso pero dudosa composición accionaria, que en 20 partidos vio anotar 64 tantos; hubo cuatro 6-0 en esas dos primeras fechas, que elevan el promedio de gol a 3,2 tantos por partido.
En tres fechas, 30 partidos del Apertura 2010, se llevan convertidos 58 goles: 1,93 por encuentro. La cifra representa una escasez apreciable de poder ofensivo, por debajo de lo normal. En los siete campeonatos anteriores, el promedio rondó los 2,4/2,5 goles por partido, y desde que se inició la fase de los torneos cortos, sólo los dos primeros certámenes, el Apertura 1991 que ganó River y el Clausura 1992 que obtuvo Newell’s, recaudaron menos de dos goles por partido.
¿Se percibe alguna razón evidente para semejante ausencia de pimienta ante los arcos? El respetado colega Alejandro Fabbri postuló que la emigración de los goleadores, en un marco de constante gangrena futbolística, es parte de la razón. Se cita: “Aquellos delanteros con el gol entre ceja y ceja, esos atacantes que hacían lo más importante de un partido con facilidad, no existen más. O en todo caso, se fueron al exterior” (Perfil, 17 de agosto de 2010). Pero la evidencia deja en off-side la tesis; aquí, el telebeam.
Dieciocho (18) futbolistas, todos delanteros, marcaron 6 o más goles a lo largo del Clausura 2010. En total, señalaron 136 goles, el 30 por ciento de los 465 tantos marcados a lo largo del campeonato. Si todos ellos hubiesen partido al exterior a romper redes, podría parecer atendible el argumento: en condiciones hipotéticas, el promedio real de gol del Apertura (2,44 goles por partido) habría descendido, sin los tantos de esos 18 artilleros, a 1,73 goles. Como se vio, en las tres fechas que se llevan disputadas en el corriente certamen, la cifra promedio no supera los dos goles por encuentro. Podría encajar.
Pero no todos esos goleadores se marcharon a canchas foráneas. Tampoco la mitad. Ni siquiera la mayoría. Sólo siete de esos 18 dejaron el fútbol argentino, cinco rumbo a Europa, dos a otros equipos de América. Es cierto, el goleador del Clausura, Mauro Boselli, autor de 13 goles vistiendo la casaca de Estudiantes, marchó al Wigan de la Premier League en fructífera operación tanto para el club de La Plata como para Boca.
Pero quien lo siguió en la lista, el veterano Martín Palermo (10 conquistas en el último certamen), continúa jugando en el club de la Ribera, del cual es su máximo goleador histórico (222 mil goles según la inimputable Susana Giménez). Atraviesa, es obvio, una espantosa racha, lo que está llevando a muchos hinchas a replantearse su posición en la ficticia disputa, mediáticamente instalada, entre el artillero y Juan Román Riquelme, hinchas que se preguntan qué tan imprescindibles son las asistencias del crack para mantener seca la pólvora del goleador. “El no hacer goles me genera cierta ansiedad”, reconoció el delantero.
Diez goles también marcó en el Clausura Rubén Ramírez, que continúa en Banfield. Carlos Luna (nueve para Tigre) e Ismael “Chuco” Sosa (otro tanto para Argentinos) se fueron a Ecuador y Turquía, respectivamente –y el primero irá al banco de la Liga Deportiva Universitaria de Quito contra Estudiantes, en el partido de ida de la Recopa Sudamericana–, pero Facundo Parra, que anotó ocho tantos para Chacarita, ahora es suplente en Independiente.
El colombiano Marco Pérez anotó ocho goles para Gimnasia antes de marcharse al Zaragoza español, y un gol menos señaló Leonel Núñez jugando para Independiente, previo a salir disparado a Turquía a jugar por el Bursaspor. Pero Federico Higuaín (7), Andrés Silvera (7), Esteban Fuertes (6) y Hernán Rodrigo López (6) permanecen en el medio, más allá de circunstanciales cambios de bando, como el de Higuaín de Godoy Cruz a Colón o el de López de Vélez a Estudiantes.
También emigraron los seis goles del uruguayo Joaquín Boghossian, de Newell’s al Salzburgo austríaco, y otros seis de Nicolás Pavlovich del campeón Argentinos al Necaxa mexicano. Pero otros delanteros que también marcaron seis goles en el Clausura, como Gonzalo Castillejos (Lanús), Claudio Bieler (Racing), Santiago Salcedo (Lanús) y Mauro Obolo (Arsenal) continúan vistiendo esas camisetas. Poder de fuego en teoría intacto; de hecho, cuatro de estos once goleadores que se quedaron en el fútbol de entrecasa (Silvera, López, Salcedo, Obolo) ya marcaron en este torneo.
(Un dato adicional: de los que siguen en esa tabla, cinco futbolistas que marcaron cinco goles, sólo uno, el paraguayo Jorge Achucarro, dejó las canchas argentinas; Luciano Leguizamón, Santiago Silva, Rodrigo Salinas y Rolando Schiavi, el único defensor de la lista, son titulares en sus respectivos equipos; el delantero de Arsenal, inclusive, ya lleva tres tantos anotados en el certamen en curso.)
Se fueron relativamente pocos goles, como quedó expuesto, pero se registró un movimiento inédito entre los clubes. Con 147 incorporaciones, se menciona a menudo la problemática de los equipos en formación. ¿Se puede, entonces, apelar a esa excusa para explicar la escasa cantidad de goles? No mucho: en las tres primeras fechas del torneo anterior se habían anotado 86 goles (2,87 por partido), pero se acepta que en ese caso los equipos estaban más armados; sin embargo, en el mismo período del certamen que abrió la temporada pasada, el Apertura 2009, se marcaron 77 goles (2,57), casi 20 más que en este campeonato. No pasa por allí.
Angel Cappa suele reiterar que “el gol no se busca, se encuentra”. El conjunto que entrena, River, produjo el domingo el cuarto de hora más eficiente del torneo: tres goles entre los 8 y los 24 minutos del partido que le ganó 3-2 a Independiente. El único partido en 30 en registrar cinco goles. Esa fue, de paso, la mejor performance goleadora (¡tres anotaciones!) de cualquier conjunto en lo que va del certamen. Aunque no le alcanzó para amasar la diferencia más holgada.
En Inglaterra el 6-0 es moneda corriente; en la Argentina, ahora, el mejor resultado es el 2-0. Literalmente. En la primera fecha del Apertura 2010 ganaron seis cuadros, todos por la mínima diferencia, y sólo tres de ellos (Lanús, Banfield, Huracán) marcaron dos goles. En la segunda fecha, uno solo de los cinco equipos que triunfaron, Estudiantes, ganó por más de dos goles de ventaja, y fue 2-0 contra Quilmes. Esa cantidad se amplió a cuatro cuadros en la reciente tercera fecha: Newell’s, Vélez, Arsenal y All Boys, que celebraron el 2-0 ante Tigre, Argentinos, Huracán y Boca, respectivamente. La tendencia es creciente: ¿se mantendrá en la próxima jornada?
La teoría del 2-0 como peor resultado –por eso de que el equipo que va en desventaja marca el descuento y se agranda– surgió a mediados de los ’80 en círculos bilardistas, probablemente a consecuencia de lo sucedido en el Mundial ’86 ante Inglaterra y ante Alemania, partidos que la Selección ganaba 2-0 antes de que se les complicaran. Cualquier repaso estadístico demuestra que, en cualquier torneo, el 90 por ciento de los equipos que arrancan ganando 2-0 se quedan con el triunfo.
En este Apertura 2010, el 2-0 es todavía mejor resultado. Ni siquiera equipos armados desde hace tiempo, como Estudiantes o Vélez, han mostrado superior eficacia. Sucede que la disputa en el campo de juego se tornó esclava del prejuicio. Se generalizó la idea de que éste es el fútbol más competitivo del mundo, equiparando competitividad con paridad, y el concepto se hizo carne, se acepta ya como dogma y se juega con esa consideración en mente. No hay rivales fáciles, todos te pueden complicar, el que hace el gol gana. Tanto discurso sobre la práctica de cerrar los partidos, que casi no se abren, salvo contadas excepciones. Si escasea la técnica en las delanteras, aumenta en cambio el conservadurismo en el planteo de los partidos. “Tenemos que acostumbrarnos a ver una paridad casi permanente de los equipos que compiten”, señaló esta semana el titular de la AFA, Julio Grondona. ¿En serio? ¿Hasta cuándo? ¿Hasta que la dinámica de los acontecimientos transforme al 1-0 como el resultado ideal?
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