DEPORTES › OPINION
› Por Ariel Greco
La decisión “disciplinaria y deportiva” del entrenador Juan José López de marginar del plantel de River a Ariel Ortega, con el lógico aval del ex entrenador y ahora presidente del club, Daniel Passarella, poco parece tener que ver, precisamente, con la disciplina. Como demuestra la foto que ilustra esta columna, con la tapa de la revista El Gráfico del 29 de diciembre de 1998, ya hace 12 años que Ortega padecía la misma afección por la que ahora se lo excluye. Y es obvio que la sufría incluso desde bastante antes.
“El cartel de borracho no me lo saca nadie”, decía en aquel momento el Burrito. Es cierto, nadie le sacaba aquel cartel. Pero mucho menos alguien podía sacarlo de la cancha. Domingo a domingo demostraba con sus genialidades que era uno de los jugadores más desequilibrantes del fútbol argentino de los últimos veinte años. Con aquel cartel se ganó la idolatría de por vida de los hinchas de River y la admiración de los de otros equipos, con aquel cartel llegó a la Selección, con aquel cartel disputó tres mundiales y con aquel cartel regresó tres veces a River, casi siempre con la misión de apagar un incendio y darle oxígeno a la dirigencia de turno.
Todos sabían de su afección, pero todos también sabían que el Burrito era el mejor paraguas protector, capaz de sacar la cara en las situaciones más difíciles y, desde su talento, superar las circunstancias más adversas. Apenas Diego Simeone se animó a blanquear que sacaba a Ortega por su adicción al alcohol con aquel exilio a Independiente Rivadavia de Mendoza, aunque lo hizo con un campeonato en el lomo, luego de haberlo utilizado como bandera en los momentos más calientes y comprometidos de aquella campaña exitosa en el Clausura 2008.
Ahora, la situación es diferente. Con el mismo cartel que en 1998 pero con 12 años más, Ortega ya no logra sacarse a un rival de encima, ya no se puede cargar al equipo al hombro y ya no consigue con sus genialidades salvar a entrenadores y dirigentes. Por eso, su indisciplina es intolerable y hay que excluirlo. Y claro, qué mejor que hacerlo con aquel cartel que nunca pudo sacarse.
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