DEPORTES › OPINIóN
› Por Gustavo Veiga
El Colegio Nacional de La Plata es la casa de los Axat. Rodolfo era militante montonero. Los desaparecedores lo hicieron desaparecer, igual que a su compañera, Ana Inés della Croce. Jugó en La Plata Rugby Club hasta los 17 años. El número de la desgracia, el número que en esa institución de Gonnet, el último subcampeón de la URBA, significa lo mismo: diecisiete de sus jugadores desaparecieron como Rodolfo, todos comprometidos con la idea de cincelar un mundo mejor, más justo, más solidario. En la acogedora casa de estudios fundada en 1885, por cuyas aulas pasaron desde René Favaloro a John William Cooke, también se conjuga el verbo desaparecer. Pero el infinitivo, que en un país como la Argentina jamás es neutro, en el Colegio Nacional retumba como su anagrama: neutro - trueno. Como el estrépito de un trueno. Así suenan las palabras de Julián Axat, el hijo de Rodolfo y Ana, ante un auditorio de 600 alumnos de sexto año.
Julián es abogado, jugó en La Plata y egresó del “Nacio”, como le dicen con cariño sus caminantes que superan las cien promociones. Trabaja en el fuero penal de Menores. Trabaja es un decir incompleto: abraza la causa de pibes que no tienen dónde caerse parados, a no ser cuando caen por las balas policiales o son empujados a una muerte lenta en los internados. El doctor Axat también es poeta. Sus ojos inquietos delatan una obra desbordante de versos como “¿Qué hace un Hijo?/ filma su rostro o lo pinta/ se saca una foto y la pone junto a sus padres/ se queda con la insignificancia de un poema/” El, hace ya muchos de sus 34 años, eligió qué hacer. Lo que sostiene Basho, el poeta japonés que Julián cita en uno de sus libros (ylumynarya, del 2008): “No busques en tus antepasados/ busca lo mismo que ellos buscaron”.
Axat transmite una irrefrenable aspiración de justicia. Pero no es esa pacata sensación de justicia que causa fatiga en los tribunales, en los pleitos interminables, en la injusticia de la Justicia. Su verba encendida exhorta a los alumnos a sumergirse en la tarea ciclópea de construir un mundo mejor. Retumba ante un auditorio cautivado por sus palabras. Cierra una jornada de evocación por el golpe cívico-militar del 24 de marzo del ’76 (el año en que nació) de la manera más contundente y aleccionadora. Ya no importa la excusa del encuentro: la presentación del libro Deporte, desaparecidos y dictadura.
El Colegio Nacional, sus autoridades, los docentes, las Madres de la Plaza que todos abrazamos advierten la vitalidad de Julián. Pero sobre todo, advierten que las ideas de sus padres no están muertas. Que los desa-parecedores no pudieron hacerlas desaparecer. Que, como escribe en otro de sus versos: “Hay en mi sangre/tragedia que irrumpe/ no se negocia/entonada/que puebla/ En un cuerpo trozado/a veces/ se ciñe potencia” (Peso Formidable, 2003).
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