DEPORTES › OPINION
› Por Pablo Vignone
¿Se emparejó realmente el fútbol de la Copa América? Después de los excitados cacareos tras los primeros partidos, cuando parecía que los gigantes del continente como Argentina o Brasil desfallecían empequeñecidos y que los más modestos podían pegar el zarpazo y bañar de sorpresa a un continente futbolero, la realidad es otra. Los gigantes dormidos se despertaron en sendos festivales de juego y goles, y los que tenían que irse en primera ronda en general se fueron sin hacer demasiado ruido porque ni ellos creían demasiado en esto del emparejamiento.
De los doce equipos que arrancaron a jugar el certamen continental, se fueron cuatro: los invitados Concacaf México y Costa Rica, los sudamericanos Bolivia y Ecuador. ¿Constituye esto una sorpresa? En absoluto. Un partido puede generar asombro, perplejidad, pero no una cadena consecuente y menos en un continente en el que las diferencias futbolísticas están históricamente marcadas. Alguna excepción como la de Venezuela confirma la regla.
México y Costa Rica concurrieron a jugar el torneo de la Conmebol con equipos Sub-22. Los aztecas, conmovidos por un escándalo extradeportivo antes de arrancar, perdieron los tres partidos que disputaron; los costarricenses amagaron gracias a unos destacados 45 minutos de Joel Campbell (en el segundo tiempo contra Bolivia, el peor conjunto de Suda-mérica) y no produjeron mucho más. Todavía circula gente por la calle que no entiende cómo llegó a creer que el equipo de Ricardo La Volpe tenía posibilidades de sacar a la Argentina de la Copa...
Los bolivianos no lo hicieron mucho mejor: marcaron un solo gol en el torneo, si por tal se entiende el exceso de confianza de Ever Banega en el estreno de la Copa. Siguen siendo el fútbol más deficitario del continente, subrayado por el hecho de que no ganó ninguno de los últimos 16 partidos que disputó en este certamen: su último triunfo data de 1997, en La Paz, cuando fue anfitrión de la Copa América.
Acaso el eliminado más sorpresivo resulta Ecuador. Pero no lo es tanto, si se mira bien. Antes de iniciarse el torneo, el seleccionado tricolor estaba rankeado en el puesto 68 del escalafón FIFA. Sólo un escalón por encima de Venezuela, ubicado en el 69º puesto. Perú descansa más arriba: en el lugar 49º. Y Bolivia, mucho más abajo: en el puesto 93º.
Es decir, los siete mejores seleccionados rankeados de América del Sur al 1º de junio pasaron a cuartos de final de la Copa América: Brasil (5º), Argentina (10º), Uruguay (18º), Chile (27º), Paraguay (32º), Perú (49º) y Colombia (54º). El octavo lugar lo dirimieron dos equipos que estaban prácticamente superpuestos en el ranking, ocupando un hipotético octavo lugar de calidad en el fútbol continental: Ecuador (68º) y Venezuela (69º). Y lo dirimieron realmente en el partido jugado el sábado pasado en Salta, que ganó el equipo caribeño con ese golazo del Maestrico César González. Si el resultado se hubiera dado a la inversa, no es necesario abundar mucho en lo que habría implicado: Ecuador en cuartos, Venezuela a casa.
(Eso solamente para la constatación directa. En realidad, Ecuador marcó sólo dos goles en todo el torneo con la complicidad indisimulable del arquero brasileño Julio César, mientras que Venezuela estaba clasificado aun antes de la heroica remontada ante Paraguay. El 1-0 en Salta fue apenas un sello oficial sobre la diferente realidad futbolística de ambos. Están juntos en el ranking porque están cruzándose: Ecuador baja, Venezuela sube.)
Visto desde este ángulo, esta Copa América es extremadamente lógica. Si se necesitan más comprobaciones, basta recordar lo que sucedió cuatro años atrás en Venezuela 2007: siete de los ocho cuartofinalistas fueron los mismos que en este torneo. La única diferencia fue la eliminación de Colombia, el peor tercero de aquellos grupos, goleada por Paraguay y la Argentina; el que se clasificó fue México, dirigido por Hugo Sánchez y que finalmente terminó tercero en ese certamen.
Si los resultados finales de esta primera fase respondieron a cierta lógica, ¿por qué se complicaron tanto Argentina como Brasil para pasar a la segunda ronda? En el caso del equipo brasileño, en 2011 sumó apenas un punto menos (5) que en la primera fase de 2007 (6), con la misma diferencia de gol (+2). No hubo tanta diferencia.
En cambio, la Selección Argentina tuvo puntaje perfecto en 2007 (tras victorias sobre Estados Unidos, Colombia y Paraguay) aunque, vale recordar bien lo que pasó entonces, esas victorias ampliamente celebradas terminaron siendo denostadas tras la caída en la final, bajo un rótulo simplista: no le habíamos ganado a nadie...
La complicación argentina es más marcada que la brasileña, en términos relativos, probablemente porque la Selección ejerce la localía. Y porque, precisamente, el fútbol no se emparejó. Caso contrario, podríamos haber visto planteos más audaces de Bolivia o Colombia. Los bolivianos se prepararon tanto para ese partido que después se quedaron sin gas; los colombianos debieron haber ganado, pero está por verse si, en el caso de que la Argentina y Colombia vuelvan a enfrentarse –lo que podría ocurrir en semifinales, el martes próximo– el planteo del equipo de Hernán Gómez sería el mismo, calcado. Ya es distinto, con el equipo argentino lanzado en aceleración.
Otra pista: en la primera fase de Venezuela 2007 se registraron 86 goles; en esta Copa América llevamos vistos 37, menos de la mitad. ¿Más mérito de las defensas que fallas en los ataques? ¿O mucha más excesiva prudencia para evitar goleadas? En este último caso, ¿eso no habla más de disparidad entre rivales que de otra cosa? En la primera fecha hubo cuatro empates y sólo ocho goles; en la tercera, cuando hubo que definir, hubo una sola igualdad (y agónica, la de los venezolanos ante Paraguay); la cifra de tantos creció a 19... Las fuerzas desatadas del fútbol, agitadas por la jerarquía tanto como por la historia de las potencias del continente, arrasaron con la idea de la paridad, desnudando su carácter poco resistente.
En este concierto, la única que podría ser calificada como sorpresa es Venezuela, con un fútbol atildado, aunque todavía ingenuo. Entendible en un país en el que este deporte no es, a diferencia de todos los otros de América del Sur, el más popular. Pero Venezuela ya tiene haberes de jerarquía desde mucho antes de esta Copa como para generar tanto asombro. Terminó octava en las últimas dos Eliminatorias mundialistas, para Alemania 2006 y Sudáfrica 2010, siempre por delante de Bolivia y Perú, con algunos resultados para el aplauso, como las victorias 1-0 sobre Colombia en Barranquilla en 2003, 3-0 sobre Uruguay en el Centenario en 2004, 1-0 sobre Ecuador en Quito en 2007 o un 0–0 ante Brasil en Campo Grande en 2009.
El equipo venezolano, el de más crecimiento en América del Sur en la última década, progresó desde el respeto por el juego. Con trabajo, seguro, pero cultivando una idea que plantó originalmente José Omar Pastoriza, que Richard Páez y César Farías fortificaron desde la convicción, y que poco tiene que ver con lo que tradicionalmente se entiende sobre la producción de resultados desde el sacrificio y la entrega exacerbados. Más cerebro y menos huevo, bah.
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