DEPORTES › OPINIóN
› Por Facundo Martínez
En julio de 2003 entrevisté para este diario al periodista y pionero en temas de violencia en el fútbol Amílcar Romero, autor de varios libros sobre esta problemática y de una memorable nota en la revista Todo es Historia dedicada a este fenómeno, cuyo título principal era “Muerte en la cancha” y que, si mal no recuerdo, estaba ilustrada con una calavera y una pelota. Desde aquella charla, de la que muchos lectores se hicieron eco, me acompañan varias ideas interesantes. La primera fue una corrección. Según Romero, no debía hablar de violencia en el fútbol, sino de la violencia del fútbol, porque desde fines de los ’50 hasta la actualidad la violencia ha pasado a formar parte del espectáculo, con la complicidad de la dirigencia e incluso de los jugadores, quienes aportan entradas y dinero para que los violentos preparen “la fiesta” en las tribunas. “La violencia también es parte del negocio, tanto en la policía como en lo mediático. Es parte del negocio, es irreversible y va a seguir creciendo”, vaticinaba entonces Romero. Y no dejó de tener razón.
Claro que, por lo general, es la aparición de una nueva muerte la que prende la luz de alarma y moviliza a la sociedad. Entonces aparecen las mediaciones y los distintos compromisos de los sectores comprometidos. Pero a medida que el muerto se enfría, lo mismo pasa con las promesas. Esta vez no es un muerto (“lo único inocultable”, según Romero), pero sí dos hechos recientes que reclaman absoluta atención: la golpiza que recibió el defensor de San Lorenzo Jonathan Bottinelli, durante una práctica de parte de la barra brava del club de Boedo, que habla a las claras de la impunidad de los violentos dentro de las instituciones deportivas; y, el caso más resonante, la reaparición con bombos y platillos del ex jefe de la barra brava de Boca, Rafael Di Zeo, quien con un reclamo que considera “legítimo” ha vuelto a poner sobre el tapete el problema de las barras y la violencia.
Di Zeo quiere recuperar el terreno que perdió tras su estadía en prisión, donde purgó una pena por “asociación ilícita” tras una feroz golpiza a barrabravas de Chacarita en un partido amistoso que se jugó una mañana en la Bombonera y que debía jugarse a puertas cerradas, pero no fue así. Ahora, Di Zeo le plantea un interesante dilema a la dirigencia de Boca, que bien puede servir para que de una buena vez dirigentes y autoridades aúnen esfuerzos y experiencias para encontrar una solución para este viejo pero todavía vigente problema de la violencia.
En una escalofriante entrevista radial con el relator Mariano Closs, el ex jefe de la barra brava xeneize –que estuvo al frente de la Doce desde 1996 hasta 2007, durante la gestión como presidente del ahora jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri– planteó con absoluta naturalidad sus exigencias: pretende que la dirigencia del club, que preside Jorge Amor Ameal, le otorgue los mismos derechos que le da al actual jefe de la barra, Mauro Martín. “Ni más, ni menos”, reclama. Y para que no queden dudas de su poder, avisa que tiene “un ejército” que quiere ir con él a la cancha. Reclama “un trato justo” por parte de la dirigencia. Si hay entradas, dinero y beneficios para la barra brava de Martín, tiene que haberlos también para Di Zeo. “Es para todos o para ninguno”, agrega, quizá sin percibir el principio de solución que se halla en sus propias palabras. De lo contrario, si no se reconoce la autonomía de su facción, la paz acordada entre barras, dirigentes y organismos de control, como el Coprosede, será quebrada. “Yo no quiero una confrontación, pero me obligan a hacer algo cuando hacen oídos sordos”, avisa Di Zeo. Una cosa es segura: expuesto el tema con tanta claridad, no hace falta una nueva muerte para que todos los sectores se comprometan en buscar una solución a un problema que ya tiene más de medio siglo y que, lejos de aportar color al espectáculo, sin dudas lo envilece.
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