DEPORTES › OPINION
› Por Gustavo Veiga
Se marcha en el fútbol y por sus clubes, como se marchó en la historia de las mejores tradiciones populares. Ahora marchan los hinchas de San Lorenzo por el regreso a Boedo. Lo hicieron en el pasado los de Racing contra el remate de su patrimonio, los de Newell’s contra la tiranía corrupta del ex presidente Eduardo López, los que no aceptan la violencia a las puertas de la AFA o en decenas de casos para festejar los primeros cien años de instituciones que nacieron en el siglo XIX. Está bien que la gente salga a la calle. Es un saludable mecanismo de disuasión ciudadana. Al fútbol llega tarde la moda, pero vale.
Que se marche ahora, también supone una situación no demasiado difundida. El fútbol ocupa un lugar desmesurado en la agenda, desplazó por la pasión que despierta a otras cuestiones de fe por las que antes se marchaba a diario: políticas, religiosas... El filósofo y ex futbolista Claudio Tamburrini diría que existe “una percepción ralentizada” de los hechos para asimilarlos y resignificarlos.
La participación masiva en elecciones como las de Boca, River, Racing, Independiente o el propio San Lorenzo también son un indicativo de este momento. Sus socios tomaron conciencia de que ése es el camino para incidir en las decisiones que suele tomar un puñado. La asistencia era insignificante hace un par de décadas. Eligieron a Daniel Angelici en Boca y a Javier Cantero en Independiente con distinta valoración política de sus antecedentes. Dos trayectorias diferentes (un empresario de los juegos de azar apuntalado por Mauricio Macri y un consultor surgido del movimiento de socios) para objetivos semejantes: ensanchar los márgenes de grandeza de sus clubes.
No importa ahora si los dirigentes colocan los logros deportivos sobre los económicos o al revés. Lo que importa es que el hincha o socio esclarecido los ve ahora como inseparables. Por eso se marcha, por eso una marea azulgrana exige la restitución histórica cuando el equipo se precipita en la tabla de los promedios. Una situación no invalida a la otra. Habría que buscar en los estímulos sociales con que nacieron estos clubes centenarios una explicación a tanta efervescencia. Se ha tomado conciencia de por qué los clubes valen lo que valen. Es un punto de partida para terminar con la errónea concepción de que sólo importa gritar un gol que nos salve del descenso. Importa eso, pero también movilizarse contra un despojo consumado en plena dictadura.
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