DEPORTES › OPINION
› Por Diego Bonadeo
Poco más de medio siglo atrás fue tomando cuerpo una tradición futbolera emparentada con el paladar y el disfrute, que no con los triunfos o los campeonatos. Es que en 1960 –y quien esto escribe confía en que el lector le crea, que cincuenta y dos años después recuerda de corrido los once titulares–, Moreno, Valentino, Ditro, Sainz, Ramacciotti, Malazzo, Canseco, Pando, Carceo, Hugo González y Sciatra iniciaron una saga inolvidable de buen fútbol con los colores de Argentinos Juniors.
Así como por entonces se corría la bola “toca Troilo”, o “toca Pugliese”, o “canta el Feo” –por Edmundo Rivero–, “o canta el Polaco”, y el boca a boca satisfacía las expectativas de los paladares negros tangueros, de a poco el “juega Argentinos” hacía otro tanto con los futboleros de ley. Es que si el equipo de cualquier hincha jugaba lejos, el placer estaba cerca del fútbol que jugaba Argentinos, que fue holgadamente el cuadro elegido por los que no eran hinchas del equipo de La Paternal. Algo muy parecido a lo que en 2009 sucedió con Huracán. Pero Argentinos recién fue campeón en 1984 y dejó un recuerdo imborrable cuando perdió inmerecidamente con Juventus la final Intercontinental con aquel equipo que entrenaba el Piojo José Yudica, ignorado prolijamente por el establishment “resultadista”.
Por estos días se estrenó Bichos Criollos, la película de la historia del club de La Paternal. Y algunos memoriosos quizá vuelvan a entonar, nostálgicos, aquello de “Cha, cha, cha... el Tifón de Boyacá”.
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