DEPORTES › OPINION
› Por Pablo Vignone
Estas semifinales de la Champions League que enfrentan a dos equipos españoles y dos alemanes, con la posibilidad de que se eliminen entre sí –lo que se sabrá recién mañana con el sorteo que haga la UEFA–, son atractivas más allá del campo de juego, por lo que significan en términos de organización. De un lado, los dos clubes más poderosas de una liga profundamente desigual; del otro, los dos equipos que mejor juegan al fútbol en la liga acaso más democrática de Europa. En definitiva, además de lo que produzcan sus representantes en el terreno, un choque entre dos modelos, formas más o menos opuestas que toma el negocio creado en torno al deporte de alta competencia.
Barcelona y Real Madrid recrean sempiternamente su pertenencia a esta elite futbolera (el club madrileño jugará semifinales europeas por 24ª vez en su historia, la institución catalana lo hará por 15ª ocasión, las seis últimas en forma consecutiva), con dos formaciones hiperpoderosas que reflejan el estado de desigualdad en el fútbol profesional español, del que sangran el 60 por ciento de los recursos televisivos (el otro 40 se lo reparten los 18 clubes restantes).
En cambio, el Bayern Munich (actual subcampeón europeo, que se clasificó ayer semifinalista al vencer 2-0 a la Juventus en Torino, foto) y el Borussia Dortmund son emergentes de una Bundesliga en la que se reparten el dinero con un criterio más ponderado. Así, mientras en España el Barça o el Madrid pueden cobrar hasta diez veces más que el último clasificado de la Liga (en una proporción que va de los 150 a los 15 millones de euros), en Alemania el 40 por ciento del dinero se reparte equitativamente entre los 20 clubes; sólo para el resto del reparto se tienen en cuenta la historia del club, su estado actual, su pasado reciente, su último éxito y hasta si le convocan jugadores al seleccionado.
No les va nada mal con ese sistema: la Bundesliga es la segunda liga deportiva profesional con más asistencia en el mundo, según cifras de Sportsintelligence.com, con 45 mil personas promedio por partido (datos de la temporada 2011-2012), sólo superada por la National Football League (NFL) de fútbol americano de Estados Unidos, con 67 mil espectadores.
No es difícil inferir que a la concurrencia la sostiene, en gran medida, la paridad de fuerzas, aunque el Bayern Munich ya haya salido campeón, este último fin de semana, sacándole 20 puntos de ventaja al Dortmund.
Se dirá que el Málaga bien pudo arruinar el panorama, si se clasificaba en lugar del Dortmund, como estuvo a punto de hacerlo. El otro club español en cuestión es propiedad del jeque qatarí Abdullah ben Nasser Al Thani, que le inyectó capital con una prepotencia deportiva tal que llevó al Comité de Control Financiero de Clubes de la UEFA a multarlo, una decisión recurrida ante el TAS en Suiza; ni Al Thani ni su compatriota Nasser Al-Khelaifi, presidente del PSG (propiedad del grupo inversor Qatar Investment Authority), pudieron celebrar el pase de sus equipos a las semifinales. En Alemania, al menos el 51 por ciento de las acciones deben permanecer en manos del club, de manera que jamás un magnate caprichoso o un grupo inversor pueda ser propietario de la entidad. Suena simpático.
Lo que suceda en la cancha será propiedad, en todo caso, de la dinámica de lo impensado. Pero también podrá ser leído en clave socioeconómica. Acaso acabe desembocando en un aplauso a un modelo de gestión más transparente.
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