¿Será necesario recordar la cantidad de hechos de violencia, incluso con heridos graves y con muertos que siguen impunes, tales como, entre muchos otros, los del anexo de Racing o los de la utilería de Vélez? Es que la vorágine de violencia pretende tapar actos criminales con nuevos actos criminales. En los últimos días se han sucedido, quizá como nunca antes, cantidades de episodios vinculados con la periferia del juego –salvo, tal vez, el del bochorno que en Mendoza protagonizaron jugadores de Godoy Cruz y Boca–, sin que a nadie se le ocurra aplicar, por lo menos, correctivos.

Setecientos policías para el clásico de Rosario, más trescientos en lugares neurálgicos de la ciudad –tales, por ejemplo, como domicilios de dirigentes o el tradicionalísimo y entrañable Bar El Cairo– y mil más “de reserva”, por las dudas, no fueron suficientes para evitar que fuera apedreado el micro que llevaba a los jugadores de Newell’s al estadio. Mientras se jugaba el partido que Tigre le ganó a Arsenal en Victoria, delincuentes identificados con la barra local se dedicaron a saquear y a destrozar lo que hubiera a mano, para terror de vecinos y automovilistas.

Por las calles del distrito de Vicente López, con motivo del cortejo fúnebre de un caracterizado barrabrava de Colegiales, hordas de energúmenos se apoderaron de calles y avenidas de la ciudad. El ahora ex entrenador de Quilmes Nelson Vivas se agarró a trompadas con un espectador, y no muy lejos de allí, entre Los Andes y Temperley, la consigna fue la violencia y no el fútbol. En tanto, durante el entrenamiento semanal de Huracán, los delincuentes habituales se dedicaron a extorsionar a los jugadores; y en Avellaneda quedó evidenciada la complicidad de la policía con los violentos, en la reunión conjunta que tuvieron las fuerzas de “inseguridad” tanto con gente de Bebote como con la huestes de Loquillo.

“El mundo quedó en manos de unos locos con carnet...”, canta certeramente Joan Manuel Serrat en “A quien corresponda”. El fútbol argentino también...