DEPORTES › REPASO DE LA GESTIóN DE DANIEL PASSARELLA COMO PRESIDENTE DE RIVER
El Kaiser se aleja del club de Núñez a los 60 años y después de estar vinculado durante casi 40. La herencia que deja en vísperas de las elecciones. La derrota en el campeonato económico.
› Por Gustavo Veiga
El impacto de un fracaso está dado muchas veces por la dimensión de su protagonista. Pasa lo mismo con el éxito. A los 60 años, Daniel Passarella abandonará River con su imagen marchita y una gloria que supo conseguir en las canchas tan apagada como remota. Las generaciones de hinchas o socios más jóvenes lo recordarán como presidente antes que futbolista. La comparación es inevitable. Y también inevitable el balance de cuatro años de su gestión. Ganó las elecciones de diciembre de 2009 por apenas seis votos y se aleja con una pésima imagen. Carga con el descenso en su mochila o, lo que es igual, el peor momento de la historia del club. No cumplió tampoco con una de sus promesas: ganar el campeonato económico. Y el legado deportivo que deja como dirigente son un par de títulos que, por diferentes razones, en Núñez muy pocos se sentirían orgullosos de guardar en las vitrinas: el de campeón de la B Nacional y otro que, de rebote, ligó en los escritorios de la AFA. La Copa Campeonato de 1936.
La caída de Passarella en River se da casi cuarenta años después de su llegada. Debutó en un partido amistoso contra
Boca en el verano de 1974. Le había echado el ojo Néstor “Pipo” Rossi cuando jugaba de lateral izquierdo en Sarmiento de Junín, en la Primera C. Como Santiago Bernabeu y Franz
Beckenbauer, integra un selecto puñado de personajes que pasó como futbolista, técnico y presidente por el mismo club. También es el único argentino que ganó dos títulos mundiales con la Selección. Pero lleva puesto el incómodo traje de dirigente hace cuatro años. Y en diciembre se verá obligado a colgarlo en el ropero.
Ahora está de viaje en Italia. Había pedido una audiencia privada con el papa Francisco para el 18 de noviembre. En sus últimos días al frente del club, se ausentó en la aprobación del balance 2012-2013, tan deficitario como sospechado de irregularidades. Ni siquiera le hizo falta votarlo. El ejercicio lo aprobaron sus incondicionales con un pasivo de 366.196.248 pesos y un déficit incontrolable de 60.520.530 pesos. La votación arrojó nueve voluntades contra cuatro en la raleada comisión directiva. La oposición en River tiene la minoría.
Falta ahora lo más importante. Que lo refrende la asamblea de representantes. La nota destacada de su último balance es que para cerrar con un poquito más de decoro los números, casi en tren de disimular lo indisimulable, se dio como vendido el pase de Manuel Lanzini. Una operación todavía no concretada y que apenas llegó a ser una oferta recibida desde Emiratos Arabes.
En el ejercicio 2011-2012, la consultora KPMG avaló la misma maniobra contable que ahora Deloitte. La comisión que preside Passarella maquilló con la transferencia nunca realizada de Rogelio Funes Mori al Napoli italiano un balance paupérrimo. Hoy juega en el Benfica B de Portugal. En el caso del actual volante de River, su “valor neto de realización” –bajo ese rubro se imputa el presunto ingreso– es de 33.228.800 pesos. Por el delantero se acusó una venta de 34.380.000 pesos. Casi que parece copiada con papel carbónico.
El derroche del Kaiser y los dirigentes que lo acompañan en el tramo final de su ciclo es evidente. A Ramón Díaz le extendieron su contrato hasta 2015 por 16,5 millones de pesos, más los premios si ganara títulos. Si esta suma sideral (unos 2.750.000 dólares al cambio oficial de seis pesos) es difícil de defender en un club comprometido económicamente como River, el valor fijado al contrato de su hijo y ayudante de campo, Emiliano, es una provocación: 7,5 millones de pesos también por dos años. En su caso el aumento llega a un 200 por ciento. También fue un derroche que el plantel se concentrara en el hotel Intercontinental de Nordelta.
La renovación del vínculo en el umbral de las elecciones fastidió a Rodolfo D’Onofrio, uno de los candidatos, que hizo público su enojo. El riojano le respondió como si fuera el dueño de River: “Fue una declaración desafortunada. Conozco demasiado bien este club y a la gente y sé cuándo tengo que dar un paso al costado. No es necesario que nadie me diga lo que tengo que hacer”. También cuestionó al entrenador otro aspirante a la presidencia: el ex zar del fútbol televisado, Carlos Avila.
Hábil declarante, oportunista igual que cuando definía como delantero, Ramón dio una conferencia de prensa la semana pasada. “Pongo el contrato a disposición de la nueva dirigencia”, ofreció. Un síntoma de su debilidad, que incautos leyeron como un gesto de desprendimiento y amor por River. No copió la modalidad discursiva de otros tiempos, cuando allá por la década del ’90 declaraba: “Si me echan, yo hablo”. Peligraba en su cargo, acaso no tanto como ahora, y amenazaba con acusar al voleo a dirigentes involucrados en negociados.
El arribo del técnico a River le cubrió las espaldas a su empleador y ex compañero de equipo. Passarella ya lo había desechado en un par de oportunidades. Hasta lo desairó. Pero el presidente llegó al final de su mandato sin que le pidieran la cabeza mucho antes, porque a su lado sigue Ramón. ¿Qué pasará después de las elecciones con el entrenador? No se puede saber. En cambio, sí se sabe cómo quedará el club después de estos cuatro años que incluyeron el primer descenso de su historia.
El hombre que dijo cuando asumió “me podrán criticar por cualquier cosa, pero jamás me podrán decir que me fui como un chorro”, deja además de una herencia económica muy pesada, otras señales de su mal gobierno: una auditoría contra la gestión de José María Aguilar que no pasó de aprontes; la venta de futbolistas profesionales y del semillero de a fracciones; los balances adornados con artilugios contables; las contrataciones millonarias de jugadores que no rindieron, como Jonathan Fabbro, Teófilo Gutiérrez, Jonathan Bottinelli y Rodrigo Mora; la prohibición de organizar recitales en el estadio Monumental –con la consiguiente pérdida de dinero, unos 2,8 millones de dólares– porque el gobierno porteño detectó la venta de alcohol durante un espectáculo de rock y, la lista sigue.
Passarella presidente no le llega ni a la cintura al que fuera entrenador. Ni qué hablar del jugador. No se acerca ni a los talones. Cierta vez, el dirigente hoy batido en retirada pronosticó: “De River me sacan con los pies para adelante”. No hizo falta. Se irá solo. La responsabilidad del cargo lo superó, en el mejor de los casos.
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