DEPORTES › OPINIóN
› Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
A Nilton Santos le decían la Enciclopedia del Fútbol, porque sabía todo de todo.
Además de saber todo, fue un precursor: el primer lateral en subir hacia el ataque y marcar goles. Tenía esa rara costumbre desde los principios de su carrera. Irritaba a los técnicos, que insistían en que un defensa tiene que defender y no moverse por toda la cancha. Esa ha sido la causa que lo dejó en el banco durante todo el Mundial de 1950. Así zafó de participar de la derrota en la final frente a Uruguay.
Cuatro años después estaba otra vez en la selección. Y en 1958, otra vez, pero ahora como titular absoluto. Era un coloso indiscutible.
En el partido contra Austria fue al ataque. En el costado del césped, el entrenador Vicente Feola, gordo como una sandía, se desesperó. Le gritaba a pleno pulmón “¡Vuelve, Nilton, vuelve!”, pero el defensa no lo oía. Cuando Nilton se acercó al arco adversario sin pasar la pelota a nadie, Feola se agarró la cabeza y casi se desplomó de pura desesperación.
Nilton Santos eludió a los adversarios y con serena elegancia fulminó al arquero. Fue el gol que selló la victoria por tres a cero. Entonces Feola disparó, sonriendo: “¡Muy bien, Nilton, muy bien!”. Estaba inaugurada una nueva era en el fútbol, la de los defensas que también atacan.
En 1998, cuando la FIFA armó el mejor equipo del siglo XX, le tocó ser titular de la defensa izquierda. Era diestro. Dos de sus compañeros de club, el Botafogo, y de la selección brasileña también fueron incluidos, Didi y Garrincha.
Por toda la vida fueron amigos. Pero algo los diferenciaba: tanto Didi como Garrincha jugaron por otros equipos. La Enciclopedia, jamás. Tuvo un único club en la vida, el Botafogo, a lo largo de sus 16 años de césped. Fueron 729 partidos y 20 títulos. Con la camisa de la selección, 82 partidos y 2 mundiales. Cuando se jubiló, puso escuelas de fútbol para niños de las periferias miserables de Brasilia, donde vivió un tiempo, y Río. Atendió a más de mil niños pobres.
Se irritaba, siempre dentro de su elegancia, cuando veía a jugadores jóvenes besando la camisa de los clubes en que jugaban. Decía que era un gesto falso: “Cada año están en un equipo, y les juran amor eterno a todos. ¿Cómo confiar en ese beso falso?”.
Muchas veces le preguntaban cómo se sentía viendo a los fugaces ídolos de hoy día ganando fortunas incalculables. La respuesta no cambiaba: “El dinero nunca me importó. La pelota es mi vida. Me ha dado todo. Jamás me traicionó, jamás me golpeó la pierna. Me obedeció siempre”.
Como atleta, supo ser, además de elegante, generoso. Era un defensa ya consagrado cuando, en 1953, un jovencito de piernas chuecas se presentó a prueba en un entrenamiento del Botafogo. El aspirante le dio al defensa tantas vueltas de tuerca que, cuando Nilton Santos se dirigió al entrenador al final del ejercicio, todos estaban seguros de que era para quejarse de las irreverentes diabluras del muchacho que quería ser contratado desafiando precisamente a uno de los ídolos del club.
Con enfática determinación, Nilton Santos les dijo al entrenador y a los dirigentes: “Ese tipo es un monstruo, hay que contratarlo de inmediato”. El jovencito de piernas chuecas era Garrincha, el mejor atacante derecho de la historia.
Hace unos seis años, la Enciclopedia del Fútbol empezó a enfrentar un adversario invencible, el mal de Alzheimer. Trató de preservar lo que pudo de la memoria. Sabía que era una derrota inevitable, pero quiso jugar mientras pudo. Internado en una clínica en Río, hizo poner en la puerta de su cuarto una placa que decía: “¡Pase, por favor! Sea bienvenido. Pero no hable mal del Botafogo”.
Poco a poco, la Enciclopedia fue olvidando lo mucho que sabía de fútbol y de la vida. Murió ayer, víctima de una neumonía, quizá sin saber que ha sido un ídolo intocable para siempre. Ahora, en alguna parte estará al lado de Garrincha, y seguramente volverá a acordarse de todo. Es que las enciclopedias tienen una sabiduría eterna. Y nunca olvidan nada.
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