DEPORTES › OPINIóN
› Por Osvaldo Arsenio *
A finales del siglo XIX, el deporte impulsado por adinerados comerciantes ingleses se expandió entre las elite nacionales, ansiosas de nuevas experiencias para utilizar su tiempo ocioso.
Es así que comenzaron a construirse instalaciones deportivas como, por ejemplo, la famosa Pileta Balcarce, que a dos cuadras de la Plaza de Mayo cobijó a pudientes y a gran parte de la generación política del ’80 en sus primeros chapuceos acuáticos.
Desde esos lejanos comienzos hasta casi la mitad del siglo XX, el deporte fue practicado por la elite social y las clases medias acomodadas en gran número de clubes surgidos en todo el país.
Los hijos de los ciudadanos de menores ingresos sólo comenzaron a ejercer el derecho de practicar deporte de manera organizada cuando a mediados de los ’40 el gobierno del general Perón lanzó las primeras versiones de los Juegos Evita.
Casi setenta años después y en un vertiginoso crecimiento desde el 2003 a la fecha, los Juegos Evita superan largamente el millón de participantes en sus etapas regionales y albergan quince disciplinas olímpicas, estimándose que en 2014 más de dos tercios del programa olímpico deportivo estarán cubiertos por el constante crecimiento de sus nuevas ediciones.
Al beneficio social inestimable que arroja la inclusión de cientos de miles de niños practicando su deporte favorito, se suma el enorme valor agregado de las acciones puntuales en diversos deportes, como el atletismo, que han conseguido descubrir promisorios talentos, algunos ya consagrados, provenientes de esos Juegos, y al aumento casi exponencial de la cantidad de participantes en deportes poco mediáticos, que comenzaron el milenio casi en riesgo de extinción.
El ejemplo de la lucha es muy concreto. En los Campeonatos Nacionales del 2004, participaron sólo 32 luchadores de cuatro provincias; entre ellos no había ninguna mujer. En los Juegos Evita 2013 tomaron parte 128 luchadores de ambos sexos de 17 provincias. Si hablamos de alto rendimiento, la lucha ha tenido recientemente medallistas en los Juegos Odesur y en los Panamericanos de Guadalajara.
Las acciones y la presencia concreta del Estado pueden transformar, y de hecho lo hacen como en este y otros casos, a un deporte, pero lo más determinante es, sin duda, el incluir a toda la sociedad en estas actividades que hoy se transforman en un derecho adquirido.
* Director Nacional de Deportes
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