Dieciséis años atrás, allá por abril de 1998, el entonces futbolista de Boca, hoy número uno de verdad entre quienes comentan fútbol en los medios audiovisuales, Diego Latorre, soltó una frase que quedó en la memoria de cercanos y no tan cercanos al fútbol: “Boca es un cabaret”. La referencia era para la insalubre atmósfera que se vivía en el vestuario, y agregó: “Caímos bajo”.

Por estos días, con el equipo de primera trastabillando en el juego y en los resultados en los partidos de pretemporada, y con un 2013 para nada favorable, pareciera que el cabaret boquense se recrea y no fundamentalmente por conflictos de vestuario, sino por irregularidades de otra índole.

Siendo supuestamente el Club Atlético Boca Juniors una asociación civil sin fines de lucro, se supone que, a diferencia de las empresas privadas, debe rendir cuentas, en especial a sus asociados. Por lo que independientemente de lo obscenos que resultan los números en dólares del contrato del entrenador y de los entretelones que rodearon la difusión de esas cifras –y de las supuestas cuestiones internas dentro de la comisión directiva–, la dirigencia del club debe transparentar sus decisiones y hacerlas públicas.