Dom 18.05.2014

DEPORTES  › UNA HISTORIA SINGULAR ENTRE EL DT DEL ROJO Y EL EX SECRETARIO DE DEPORTE

Malvinas y el fútbol unidos por una carta

Hace 32 años –que se cumplen el miércoles 21– Osvaldo De Felippe le escribía desde las islas a Claudio Morresi, su compañero de Huracán. La guerra y los sueños compartidos de dos ex jugadores.

› Por Gustavo Veiga

De Felippe y Morresi, juntos desde las inferiores.
Morresi y De Felippe, en el primer equipo de Huracán.

La carta está fechada el 21 de mayo de 1982. El próximo miércoles se cumplirán 32 años de su envío desde la isla Soledad, la más grande de las Malvinas. Como cuenta Claudio Morresi, su destinatario, “resume lo que pasó en la guerra, los sueños para realizar en la vuelta, el hambre que soportaron y el hecho de matar o morir para terminar el sufrimiento”. Se la mandó su amigo y compañero de equipo en Huracán, Osvaldo Omar De Felippe. En ese tiempo histórico de pregoneros del triunfalismo y dictadores alcoholizados, de heroísmo y jóvenes amuchados en trincheras cruzadas por el viento, el director técnico de Independiente era un soldado clase 62. Integraba la compañía A, Tacuarí, del Regimiento de Infantería Mecanizada Nº 3 General Belgrano. El ahora responsable del Observatorio Nacional del Deporte y Actividad Física tenía a Norberto, su único hermano, desaparecido desde el 23 de abril de 1976. Y sabía, como sabía su compinche, de esas vidas suspendidas por la tragedia, ya fuera en un centro clandestino de detención o bajo las bombas del imperialismo inglés.

“Querido Amigo: Espero que al recibir estas líneas te encuentres bien al igual que tu familia. Sabes que recibí tu carta ayer junto con una de mi vieja y una de mi novia”, empieza el texto de dos carillas De Felippe, irreconocible en una fotografía tomada en la cancha auxiliar del Deportivo Español donde se lo ve junto a Morresi cuando jugaban en la Octava o Novena División de Huracán. Están en cuclillas. El primero apoyado en la pelota y su compañero de pelo largo y flequillo con la cinta de capitán.

La carta en prolija letra cursiva refleja las vivencias de un soldadito con 20 años recién cumplidos (nació el 3 de abril de 1962) y la incertidumbre que crecía en la tropa por cada día que pasaba y el enemigo que no desembarcaba.

Hay un dato curioso. El mismo viernes 21 en que la Task Force británica hacía su cabeza de playa en la bahía de San Carlos, De Felippe fechó su carta. Hasta ese momento, le escribía a su amigo: “Ya estamos cansados de estar acá y esperar que los ingleses traten de tomar las islas, lo que queremos es que si no se arregla, que vengan así los reventamos o nos revientan”.

Las misceláneas costumbristas del futbolista-conscripto se combinaban en la carta con su pasión por el fútbol. Se nota en un pedido que le hace al número ocho del equipo con el que venía jugando desde la novena. “Quiero que me hagas una gauchada, decile a Rendo, si todavía está, que no se le ocurra dejarme libre porque voy a ir con mi ametralladora y no va a quedar nadie”. Alberto Rendo es ídolo de Huracán y San Lorenzo, los únicos dos equipos de Argentina donde jugó y brilló. En el ’82 era el técnico que decidía el futuro deportivo de jóvenes como De Felippe.

Libre no lo dejó. Porque el soldado regresó de la guerra y en 1983 debutó en la Primera. “El fútbol me salvó la vida por un montón de cosas”, suele contar en los típicos reportajes que le hacen cuando se cumple el aniversario de Malvinas el 2 de abril. En la carta a Morresi les manda saludos a los compañeros del semillero; a Rogelio Di Culio –ya fallecido– y Rodolfo “Rolo” Colonese, delegados de Huracán en las divisiones inferiores; al propio Rendo, Moure y Chiche Diz, tres técnicos del club y a toda la familia de su amigo, incluidos sus tíos Hugo y Raúl.

Cuando el fútbol dejaba paso a su descripción de la vida en las trincheras, confesaba lo que sufría: “Te voy a contar algo de lo que pasa acá en las famosas islas Malvinas. Te digo dónde estoy viviendo, es un hermoso pozo de 1,70 mts por 2,10 mts, allí vivimos tres, dos soldados y un cabo 1º. La verdad es que no comemos bien, como también sabrás que acá hace un frío de locos”.

Sobre estos padecimientos que cuenta De Felippe en su carta, no quiso hablar durante casi siete años. Después de que debutó contra Independiente en el fútbol profesional, los periodistas lo buscaban para entrevistarlo por su pasado como combatiente. El se les escapaba. Hasta que un día, hizo un clic. Cambió la ametralladora MAG de Malvinas por los micrófonos en las canchas. Y se reencontraría con Morresi en aquel equipo de Primera del ’83. En una fotografía que todavía conserva el ex secretario de Deporte de la Nación, volvieron a posar el 8 de marzo de 1984 en la cancha de Nueva Chicago. Huracán le ganó ese día a Atlético Uruguay de Entre Ríos por 7 a 0 haciendo de local en Mataderos. El Narigón –como lo llamaba De Felippe– hizo cuatro goles (tres de penal).

El técnico de Independiente no puso reparos cuando su ex compañero lo consultó para publicar el contenido de la carta. En ella, el soldado clase 62 le contaba que Puerto Argentino era “hermoso” y que “sería mucho más lindo si yo fuera civil y podría caminar tranquilo”. Comentaba su ilusión de volver a “marcar a los 9 contrarios” y le pedía disculpas por las faltas de ortografía. También que Morresi les dijera a “esos guachos de los pibes que me escriban aunque yo no les conteste y que me tengan informado. La razón es que había leído “un diario del 18 de mayo y decía que Basile se iba del club y que Babington se iba por tres meses a Estados Unidos”. De esas noticias habían pasado tres días. En las islas no parecían tan viejas.

“Claudio, haceme el favor de decirle a mi vieja (llamá por teléfono a casa) que me mande también galletitas dulces (Chocolinas y también Express y Criollitas)”, escribió el combatiente del RIM 3. Ese encargo de alimentos, una limitación entre muchas otras que tuvieron los conscriptos en Malvinas, era habitual entre la tropa. De la carta se desprende que los colimbas tuvieron que robar alimentos en las casas de los kelpers para poder comer. Y que alguno fue detenido bajo la amenaza de someterlo a un consejo de guerra. “Ves lo que pasa por afanar para morfar nos meten preso los de la propia tropa, es una risa”, contó antes de despedirse con un “Chau Narigón, un amigo que no te olvida”.

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