DEPORTES › OPINION
› Por Diego Bonadeo
Después de una más o menos previsible ceremonia de apertura, con más sonido y color que identidad, Brasil inauguró el Mundial ganando no sin sobresaltos al seleccionado croata, una especie de “tupacamarización” –desmembramiento sería sin comillas– de la ex Yugoslavia.
Aprovechando la desorientación casi permanente de Alves, que de acuerdo a su inveterada costumbre insistió como en Barcelona con los centros inocuos descuidando su espalda, Olic se fue convirtiendo en protagonista junto a Modric hasta que aparecieron la ubicuidad y el talento de Neymar, desmarcado casi siempre y en los lugares menos pensados.
Pero los croatas, con la ventaja parcial del principio no jugaron a “no jugar” defendiendo el resultado, lo que propició un partido con, por lo menos, incertidumbre. Inclusive después del penal inexistente que le dio a Brasil su segundo gol. Así, se dio un encuentro inaugural bastante más atractivo que los de anteriores inicios de Copas del Mundo.
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