DEPORTES › OPINIóN
› Por Pablo Vignone
Frente al Manchester City, en el Camp Nou, el miércoles pasado, embutido en su lustrosa número 10 del Barcelona, Lionel Messi jugó –incuestionablemente– uno de sus mejores partidos de la temporada, un concierto de pases al que sólo le faltó la música que sólo puede proporcionar una goleada. Un dato auspicioso para Gerardo Martino a tres meses de la Copa América, que podría resultar corroborado esta misma tarde en el derby de la Liga, contra el Real Madrid. Ese del miércoles, un choque fabuloso que refrescó los deseos de lo que uno –el analista, el hincha, cualquiera– puede esperar del fútbol como juego, de paso acotó la demorada recuperación de Sergio Agüero, que en esta inédita carrera en la que el técnico Martino lo ha instalado, tras la jerarquía de nueve de la Selección contra Carlos Tevez y Gonzalo Higuaín, parece perder de manera inexorable con el delantero de la Juve.
Además de esos datos insoslayables, el partido dejó como nota al pie unas interesantes reflexiones del sensato capitán del City y de la selección de Bélgica, Vincent Kompany. Al comentar la eliminación de su equipo, por segunda vez consecutiva a manos del Barcelona, dijo, entre otras sentencias: “No siento ninguna vergüenza en admitir que ellos son un equipo mucho mejor. Hay una gran diferencia con el resto. Digo que son el Bayern Munich y el Barcelona, y después viene el resto. Quizás el Real Madrid esté en el medio. Siempre digo que nuestro objetivo debe ser transformarnos en un equipo como ellos, pero eso va a llevar tiempo. Ellos son realmente muy buenos”.
Mientras en Inglaterra se discute la “crisis” de la Premier League, que por segunda oportunidad en los últimos tres años no pudo meter a ninguna de sus poderosas instituciones –en general propiedad de multimillonarios extranjeros–, Kompany, el capitán del campeón en ejercicio, riega con humildad. “Cualquiera puede ganar la Premier League, vencer al Chelsea o al Arsenal, pero la diferencia con ellos es abismal.” La Premier fue noticia no hace mucho por la multimillonaria renovación de los derechos televisivos, que supone un ingreso de una cifra en libras esterlinas similar a 150 millones de pesos argentinos por cada partido televisado. Por cada partido. Y uno de sus exponentes admite la derrota plana, antes de ir al punto.
“Hay que ver que el Bayern Munich, que el Barcelona, no son solamente campeones de la Champions League, son equipos campeones del mundo.” A ambos equipos no solamente los une su propiedad social –con diferentes matices, pero no están en manos de inversionistas o emperadores de los negocios– sino también un hilo conductor relativamente reciente. Seguramente Kompany estaba advertido, el miércoles, de que en su habitual platea de socio del Camp Nou, Josep Guardiola seguía el choque. Luego, no pudo evitar la asociación.
Creador de la máquina de fútbol que fue el Barcelona entre 2009 y 2013, el técnico catalán llevó su obsesión por el juego al club de Munich con resultados sorprendentes. No es muy sencillo rebatir el postulado de que la base del campeón mundial de Sudáfrica 2010 es tanto obra de Guardiola como la base del sucesor, el campeón del mundo en Brasil 2014, Alemania. Tanto Vicente del Bosque como Joachim Low, los seleccionadores consagrados, le rindieron en su momento tributo por lo que les había aportado a sus equipos desde su posición de entrenador de clubes.
Fastuosos proyectos como el del jeque Mansour, de los Emiratos Arabes, en el Manchester City, o el de los jeques qataríes, en el Paris Saint Germain, no terminarán de dar frutos sin una idea que les proporcione sentido, que los propulse desde el ámbito doméstico a la ultracompetencia. Esa idea que transforma a un equipo de jugadores ricos (el City fue el mejor pago de la última temporada, con un promedio de casi 6 millones de dólares por jugador por año) en una dotación hambrienta del último suceso porque está persuadida de forma suficiente de qué es a lo que hay que jugar. A su manera, la ambición multimillonaria de Roman Abramovich tuvo y tiene esa idea, aunque no nos guste un carajo: la que impone a cara de culo José Mourinho. Aunque esta vez el Chelsea se haya quedado fuera de la Champions es imposible negarle validez. Sin esa idea, el proyecto queda a merced de los caprichos, como el que ahora ronda los cuarteles del City, queriendo borrar a la mitad del plantel que salió campeón de la Premier pero la juega de cebollita en Europa.
Si se le lleva el apunte a Kompany, el derby de esta tarde enfrenta a dos de los tres mejores equipos del mundo. O a uno de los mejores contra el que lo sigue más de cerca. Imposible ponerse al margen, aunque este Barcelona dibuje menos filigrana que el que llevaba inoculada la idea de Guardiola. Sigue siendo de aquellos que dejan al desnudo el sofisma que pretende que jugar bien se opone diametralmente a la posibilidad de ganar.
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