Si hay que buscar una explicación convincente al repentino poderío y vigor de la Liga de fútbol de Qatar, esa demostración deberá incluir, necesariamente, a la figura de Mohamed bin Hammam, el presidente de la federación qatarí, que además es titular de la Confederación Asiática. ¿De dónde proviene su poder? De la FIFA, cuyo Comité Ejecutivo integra junto a Julio Grondona, y que está reunido este fin de semana precisamente en Doha, la capital del emirato. El qatarí es, además, vicepresidente del Comité de Finanzas de la FIFA; el presidente es Grondona.
Este diario relató en enero pasado cómo Bin Hammam gusta dar la impresión de disponer de toda la riqueza de Qatar para gastarla en la política del fútbol. El funcionario, que se define vagamente como “empresario”, es uno de los aliados más estrechos que tiene el presidente de la FIFA, el suizo Joseph Blatter. Esa alianza le sirvió a Qatar para organizar el Mundial juvenil de 1995, que ganó la Argentina Sub-20 de José Pekerman. Cuando Blatter hace campaña en el mundo árabe, Bin Hammam suele acompañarlo: el avión del Emirato de Qatar sería, normalmente, el medio de transporte.
Ha habido acusaciones de que el dinero con que se compran votos en la FIFA suele proveerlo Bin Hammam. “Hay tanto amor y confianza entre Mohamed y Sepp –ironizó en su momento el periodista inglés Andrew Jennings, el más acerbo crítico de la FIFA–, que Sepp puso a Mohamed a cargo de decidir qué federaciones se beneficiarán del programa de desarrollo (el Programa Gol) que dispone de 100 millones de dólares para gastar.” El Programa Gol gastará el año que viene 10 millones de dólares: países como Afganistán e Irak están incluidos en la lista.
Otra historia oscura involucra al dirigente asiático. “Cuando el Daily Mail desafió a Bin Hamman a explicar por qué las entradas con su nombre fueron vendidas a precios elevadísimos por revendedores en la Copa del Mundo, en Japón –relata Jennings–, dijo que esa acción era, para él, un auténtico misterio.”