DEPORTES › OPINIóN
› Por Facundo Martínez
La tardanza no siempre es negativa. Ciertas situaciones demandan un mayor tiempo de reflexión. Disparar la crítica implica asumir algún tipo de responsabilidad, incluso una mayor que la que exige el mero análisis de los hechos. El periodismo deportivo de nuestros días parece haberse extraviado en los laberintos que le presenta indefectiblemente la vorágine de lo cotidiano, mal entendido, manipulador, siempre atado a la necesidad de vender, aunque no importe tanto qué. La búsqueda de efectos inmediatos, en estas épocas de tolerancia escasa, ha desplazado el juicio hacia recónditos lugares. La opinión, o mejor dicho los opinólogos que se reproducen aquí y allá, cubren los debates con su verba incontinente y belicosa. Las ideas se fugan con la rapidez del relámpago, el debate es griterío, los periodistas trogloditas se dan panzadas y babean.
La derrota de la Selección en los penales frente a Chile ha exacerbado el estado de descomposición que atraviesa el periodismo deportivo. Los referentes de antes, esos viejos sabihondos y profundos, se nos presentan ahora como sombras fantasmales que vuelven –o que, mejor dicho, buscamos y llamamos– para decirnos que hubo otras épocas en los que, incluso con muchísimos menos recursos, los periodistas estaban definitivamente cortados con otras tijeras y sus pensamientos, lúcidos y valientes, iluminaban como un faro en la oscuridad.
Las críticas despiadadas esgrimidas por algunos de nuestros colegas –que no son mayoría, por cierto– contra los jugadores del equipo nacional, con Lionel Messi, Seguio Agüero y Gonzalo Higuaín como blancos predilectos, lejos de estimular discusiones exponen las autolimitaciones de quienes parecen haber perdido por completo la brújula. Y no sienten el más mínimo decoro para disimular sus torpezas.
Cuestiones centrales de la teoría periodística, como citar las fuentes, han sido también desplazadas con argumentos del tipo “es lo que siento” o “es lo que yo pienso”. Y bien, ¿quién puede discutir contra eso? Y, sobre todo, ¿quién puede discutir contra quienes sólo juzgan el resultado? De esto se ha tratado buena parte de los relatos que hemos visto, escuchado y leído tras la dolorosa derrota de la Selección en la final de la Copa América. Zonceras. Exactamente lo contrario hubieran esgrimido las mismas voces en la victoria. Los villanos serían héroes, nuestra moral estaría por las nubes, pero eso sí, el periodismo seguiría profundizando su grieta y su falta de carácter.
No resulta llamativo el hecho de que este periodismo furioso en la derrota se ponga al servicio de la destrucción. Está en su naturaleza, aunque suela aparecer sobredimensionado sólo en las instancias decisivas. Es probable que incluso reflejen, desde el hinchismo encendido, una bronca pasajera que no mide consecuencias en su afán de herir. Cuando la ira se desata no existen muros de contención.
Las palabras filosas y malintencionadas soltadas tras la final perdida –y que, por supuesto, no vale la pena reproducir– calaron hondo en algunos futbolistas. Desconocemos por ahora con qué profundidad y cuánto daño han provocado. Nos queda esperar que no sea mucho, que ninguno de los muchachos que alcanzaron las dos finales malogradas en estos últimos doce meses baje los brazos y se rinda ante las críticas por más despiadas e injsutas que sean. Por el bien de la Selección, claro, y por el de los hinchas, y de los periodistas que, si alzamos la voz, es sólo para advertir la inutilidad y las inconsistencias de los resultadismos.
Si hay algo de bueno en todo este dislate es que nos presenta a todos una inmejorable oportunidad para replantearnos el camino que ha tomado la profesión desde que algunos periodistas y medios de renombre comenzaron a coquetear con los entrevistados, a regalarles obsequios por unos minutos de exclusividad. La distancia es amiga de la reflexión, como lo es la frialdad del análisis. Pensar más allá de las emociones violentas, encolerizadas, es todo un desafío.
Decir que Messi no siente la camiseta de la Selección, alimentar mínimamente esa idiotez, en definitiva pensarse acaso como hinchas antes que como periodistas, tiene algo de instinto suicida, como querer pararse frente a un abismo y pretender arrastrar a los demás, invitándolos a dar el paso al frente. Uno no piensa así. Muchos colegas no piensan así. Seguramente sea la gran mayoría la que no piense así. Hay mucho para pensar y decir de la Selección, y las declaraciones pospartido del Tata Gerardo Martino sean acaso un buen comienzo, pero todo dicho desde otro lugar, por supuesto, constructivo.
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