DEPORTES › OPINION
› Por Gustavo Veiga
Los Pumas dejaron una idea, una propuesta de juego sobre la que habría que preguntarse: ¿valió la pena pese a que no lograron pasar del cuarto puesto? ¿Sirvió igual aunque se desvaneció con Australia el sueño de llegar a una final mundialista por primera vez? La respuesta para esas preguntas es sí, sobre todo si miramos el futuro. Argentina parió un estilo ofensivo y de posesión con el que se ganó muchos elogios ajenos. Aun chocando, aun golpeándose a más no poder, fue para adelante con obstinación. Las estadísticas lo demuestran: contra Sudáfrica tuvo el 65 por ciento del tiempo la pelota y el 63 por ciento del partido jugó en campo contrario. Perdió, claro, pero no renunció a su generosa fórmula.
Cuando el rival pateaba penales a los palos, Nicolás Sánchez los jugaba al line. Cuando la ventaja era indescontable, los jugadores agachaban el lomo y avanzaban. Esta vez fue sin la lucidez del partido cumbre contra Irlanda. Pero no les importó. Repiquetearon sobre la pared que levantó Sudáfrica en casi todo el partido hasta que en el último segundo, Juan Pablo Orlandi apoyó el try consuelo. La imagen del pilar arrojándose sobre el ingoal tuvo mucho de épica. Esa que se les reconoce a Los Pumas desde el fondo de la historia.
Esa condición, que es intrínseca a la personalidad del seleccionado argentino, igual no es la que más lo destaca hoy. Los Pumas jugaron siempre de manos, se pasaron la pelota hacia afuera, con Imhoff y Cordero –la revelación del equipo– como últimos destinatarios. En esa idea de juego entraron a la perfección los centros, sin importar quién era titular: Hernández, Bosch, Moroni (otro jugador muy joven que se destacó) De la Fuente, Socino. También los dos fullbacks: Tuculet y González Amorosino. Y hubo puntos muy altos entre los forwards: Matera, Petti, Lavanini, Isa, todos muy jóvenes.
Argentina fue la segunda selección más goleadora del Mundial –sólo detrás de los All Blacks–, tuvo al jugador que más puntos anotó, el tucumano Sánchez, con 97, y aunque no llegó más lejos, avanzó otro casillero en el reconocimiento de todos.
A los desempeños crecientes en el Rugby Championship le agregó su desenfado para jugar. Una propuesta a la que el entrenador Daniel Hourcade y sus dirigidos no renunciaron. Tomaron siempre riesgos, a lo que diera lugar. Esa propuesta deja una buena semilla sembrada hacia adelante. El rugby argentino está todavía algunos escalones debajo de Nueva Zelanda, Australia y Sudáfrica. Es cuestión de tiempo para que una seguidilla de buenos resultados reafirme una cosa: que ya no sería un hecho aislado ganarles. Este Mundial señaló el camino.
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