Sáb 12.03.2016

DEPORTES  › OPINIóN

Perfumo, el inmortal

› Por Martín Granovsky

Ahí lo veo a Roberto Perfumo, como todos los días, en el salvapantallas de la compu. Está parado después de Cejas y Basile y con Martín a su izquierda en la misma fila que Rulli y Chabay. En cuclillas posan el brasileño Joao Cardoso, Maschio, J.J. Rodríguez y Raffo. Es la formación de Racing que el 4 de noviembre de 1967 le ganó al Celtic en el Centenario de Montevideo. Las malas lenguas dicen que algún día el Chango Cárdenas desviará el bombazo que entró por un ángulo del arco escocés, cansado de que lo miremos en YouTube. Mentira. La historia no se borra. Todavía me acuerdo de cómo gritamos el gol con mi amigo de la primaria Mendi Perel, hincha de Argentinos Juniors. Creo que también estaba con nosotros su hermano mayor Ianche. Epoca rara: uno se ponía contento también por el triunfo internacional de un equipo ajeno. Antes del partido el viejo de Mendi había saludado como siempre. “Hola Martín, si te hacés mucho la paja te van a mandar a Honolulu”, era su fórmula. Nunca supe qué tenía que ver Honolulu con la masturbación y si la capital de Hawai era una condena o un premio. Lo que sí me quedó grabado es que a Moishe, que cortaba cueros y armaba camperas en su departamento de Aguirre y Canning, lo divertían nuestros gritos de pubertad salvaje.

El fútbol es siempre el fútbol, una identidad inalterable para toda la vida, y esa identidad queda fijada en ese período que va de los 10 a los 12 años. Es difícil tener recuerdo propio de un partido visto antes de los 10. Puede quedar algún pantallazo. Una avalancha. Tal vez un grito. Pero después de esa edad todo queda grabado para siempre. Por eso debe ser que cuando se muere un ídolo de aquella etapa de la vida decimos que se nos va una parte de la infancia. La infancia ya se fue, claro, pero es como si al álbum de figuritas le arrancaran una que estaba ahí, tan bien pegada. Peor, porque en esos álbumes los ídolos eran a la vez figurita para jugar en la escuela y representación de una persona, además de fuente inagotable de un enciclopedismo que, apuesto, jamás nadie repitió en otra edad.

Perfumo persona era el jugador que, según definían los relatores deportivos, tenía prestancia. Mi hermana Paula y sus amigas decían que era lindo. Análisis típico de nenas. ¿Qué tenía que ver ser lindo con el fútbol? Prestancia era otra cosa. Resultaba difícil entender el significado pero nosotros, los hinchas de Racing, repetíamos la palabra como si supiéramos. Perfumo y prestancia eran la misma cosa. O porque en la cancha se lo veía muy lejos o porque la tele también filmaba de lejos, solo teníamos registro del Perfumo fino y señorial, el 2 capaz del quite limpio y el armado desde atrás. Después sabríamos, incluso por sus propios relatos, que Perfumo era un genio pero además un asesino serial.

Por eso quedó tan grabado el momento en que, jugando contra Estudiantes, el Mariscal le tiró una patada a Carlos Salvador Bilardo. Era 1968, lo expulsaron, y yo de bronca tiré al piso la portátil roja que me había regalado la tía Eugenia. El mito es que, antes, Bilardo había provocado a Perfumo hablándole de un supuesto amante de su mujer, Mabel. Bilardo siempre lo negó. En esa época nadie sabía el nombre de las mujeres de los jugadores. No eran modelos sino amigas del barrio, en este caso la novia de un pibe de Sarandí hijo de albañil y sobrino de carnicero. Pero Mabel sí era un nombre conocido. Por casarse con ella Perfumo no jugó el 19 de diciembre de 1966 en el equipo que le ganó al Bayern Munich de Franz Beckenbauer 3 a 2 en un amistoso organizado para inaugurar la nueva iluminación de Racing. Creo que hasta lo anunciaron por los altoparlantes y también nos lo dijo mi tío Claudio, que nos llevó a la cancha esa noche. ¿Ven lo que les decía del enciclopedismo?

Racing era Racing, con esa tautología que solo tiene lo sagrado, y Perfumo era como la esencia de Racing. Uno crece y las imágenes permanecen intactas, como los santos o los fundadores de la patria. Primero, cuando también son personas, los jugadores son gente más grande que uno. Pero después pierden edad y quedan congelados en el momento de gloria. Por ejemplo Agustín Mario Cejas se murió hace poco, a los 70. Yo lo sigo teniendo delante mío como si careciera de edad. Solo puedo saberla si hago cierta investigación y un cálculo. Nació el 22 de marzo de 1945. O sea que tenía 22 años en noviembre del 67. Con Perfumo de a ratos no me pasaba lo mismo porque se hizo periodista y la televisión fue mostrando cómo envejecía. O la radio. El miércoles, en el auto, lo escuché en Pasión nacional, el programa de tango y fútbol que hacía con Horacio Pagani y Carlos Ares. El invitado fue Ariel Ardit. Admiré la capacidad de asociación mental de Perfumo cuando le preguntó cuáles eran las lesiones de un cantor y cómo debía cuidarse.

Perfumo también fue funcionario. Néstor Kirchner lo tuvo de secretario de Deportes poco menos de un año. No sé si fue bueno o si fue malo. Tampoco sé si tenía condiciones para la gestión pública. Intuyo las razones de Néstor para nombrarlo: quería darse un gusto. “Kirchner amaba a Racing y vivía pidiéndome que le contara anécdotas”, le confió una vez el Mariscal al periodista deportivo José Luis Ponsico, un notable recolector de historias.

Era así. En octubre de 2004 al Tango 01 se le plantó el motor izquierdo no bien despegó de Aeroparque. Aterrizó de emergencia en Palomar y Kirchner quedó sacudido por el miedo. Compré un babero con los colores de Racing y esa tarde fui a verlo a la Casa Rosada. Primero le di una tarjeta. “Ojalá que en tu segunda vida conserves las convicciones de la primera”, escribí. La leyó y se emocionó. “Y acá están las convicciones que deberías conservar”, le dije antes de entregarle el babero. Se rió y me dio un abrazo. También para él Racing era una identidad y Perfumo un prócer como el que veo ahora en el salvapantallas. Si hago el cálculo sabré que en esa foto el Mariscal ya había cumplido 25 años y que se murió el último 10 de marzo a los 73. Pero no tiene sentido: los ídolos no tienen edad y son inmortales. Acá o en Honolulu.

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