DEPORTES › OPINIóN
› Por Gustavo Veiga
Conservo varios recuerdos, una foto que no encuentro y la admiración que le profesaba en silencio. Roberto Perfumo se transformó, desde mi propia infancia, en un referente ineludible del juego que más nos gusta a los argentinos. Interrogar con ironía a un compañero del colegio (¿Quién te creés que sos, Perfumo?) si salía gambeteando con la pelota desde el fondo o coleccionarlo en el álbum de las figuritas eran actos repetidos. El Mariscal estaba entre los ídolos –dependía del club de cada pibe– o referentes universales del buen fútbol. Se lo respetaba, no importaba qué camiseta usara. Corría la década del 60 y ya era el más destacado en el equipo de José.
Esas postales que evocan una infancia feliz, son como la educación inicial de mi memoria descriptiva. A Roberto lo conocí en las playas de Necochea, cuando un verano coincidió con mi viejo, el relator Bernardino Veiga, en el balneario donde alquilaban una carpa. Lo miré –y admiré– en silencio. Ya era un consagrado en Racing. Estaba con su esposa Mabel y no me acuerdo ahora, pero creo que ya había nacido su hijo Gustavo. La foto que no aparece en el desorden posterior a la última mudanza es ésa de un verano a fines de los años 60. El estaba sentado en una reposera.
Nunca más lo vi hasta que nos reencontramos por el fútbol. Trabajaba ya de comentarista. Antes había sido director técnico. Tenía además su diploma de psicólogo social. Me había marcado –y lo escribí también– que en 1981 había sido despedido de Sarmiento de Junín y le inició un juicio al club. La defensa de su contrato le costaría no trabajar durante los años siguientes. Un pacto tácito entre dirigentes lo marginó como entrenador. Esa demanda se prolongó por espacio de más de 31 años, hasta que se saldó con un pago único de 160 mil pesos en 2012, según publicó el diario La Verdad de Junín.
Siguió vendiendo camperas con su empresa familiar, se reveló como periodista destacado, acuñó una frase no perecedera (“abrazo de gol”) para despedirse en cada emisión de Hablemos de fútbol y hasta fue secretario de Deporte de la Nación en 2003. “A esta función no llego por votos, rosca política, ni por ideología partidaria, a pesar de haber votado siempre al peronismo”, escribió en su columna del diario Olé.
El Mariscal era un grande. Un hombre de bien. Todavía tenía mucho para dar a los 73. Con su lucidez señaló un camino. Adentro y afuera de la cancha.
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