DEPORTES › OPINIóN
› Por Angel Cappa
Si bien el dolor que nos deja su muerte no tiene consuelo, si bien este sentimiento de orfandad que tenemos será muy difícil de superar, yo creo que sería conveniente recordar desde hoy mismo toda la alegría que recibimos de él durante tanto tiempo, y todas sus enseñanzas. Cruyff fue un tipo que siempre nadó contra la corriente. En su época de jugador –brillante, incomparable, único como todos los grandes– la moda era el músculo, el cerrojo como táctica, el esfuerzo físico como el medio mas adecuado para conseguir el resultado. Y él, sin embargo, apostó por su inmenso talento y prefirió el concepto fundamental de este juego (y de todos en realidad), el engaño, para saber llegar, en lugar de llegar primero. Siempre hacía lo contrario de lo que anunciaba. Si frenaba era porque iba a picar, si amagaba un pase era porque iba a gambetear, y si miraba a un lado era porque iba a salir por el otro.
Y como Gento en años anteriores, Cruyff nos volvió a enseñar que para ser rápido hay que saber frenar. Sin freno, sin pausa, el fútbol es lento.
Tenía tanta personalidad que los partidos se jugaban a su alrededor. No solo sus compañeros giraban en su entorno, sino también los contrarios, y hasta los árbitros lo miraban de reojo antes de cobrar algo.
Como entrenador no perdió nada de su grandeza y mientras muchos convertían este juego en un indescifrable tratado de tácticas esotéricas solo al alcance de iluminados estudiosos, Cruyff volvió a la calle donde se formó como jugador, y le devolvió al juego toda su naturalidad.
“Tres toques es el límite, dos es mucho mejor, y uno es lo óptimo para jugar bien”, le dijo un día a Guardiola cuando lo puso de cinco en el Barcelona, sin reparar que en ese entonces Pep era un pibe flaquito y lento, que no cabeceaba pero que jugaba a la pelota como a él le gustaba: tocando con delicadeza y precisión, de aquí para allá, distrayendo, engañando, hasta que de pronto aparecía el pase de gol que sorprendía a todos.
También fue capaz de poner de defensores a jugadores que tenían mucha dificultad para quitar, para defender, pero que salían jugando con inteligencia que es lo que él prefería. “Mister, no tenemos cabeceadores para defender en los corners”, le dijo en la charla técnica un jugador. “Bueno... entonces no hagan corners”, le respondió Cruyff con toda tranquilidad. Porque a él siempre le preocupó el juego mas que cualquier otra cosa. Fue tan irreverente que una vez le pusieron como ejemplo a un entrenador que ganaba seguido y mucho, para contraponerlo a su filosofía.
“Es cierto”, respondió, “de ese entrenador hay que esperar que gane, porque no hay nada más, no tiene nada más”. Y lo dijo sin tener en cuenta, sin importarle en absoluto, que la mayoría crea que no hay otra cosa que ganar.
Suele decirse que en fútbol está todo inventado. Y en alguna medida es cierto. Pero resulta que cuando aparece un genio de esta naturaleza, vuelve a inventar el fútbol, sin dejar de respetar su preciosa tradición.
Se murió Cruyff, el que inventó el fútbol. Pero nos dejó su invento para que sigamos su ejemplo y aprovechemos esa hermosa herencia para seguir disfrutando y aprendiendo. Además siempre quedará en la memoria universal, que es otro modo de quedarse.
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