DEPORTES › OPINION
› Por Diego Bonadeo
Ningún jugador de ningún equipo adversario estaba por patear un penal, puesto que allí todavía no se estaba jugando ningún partido. Sin embargo, fiel a su estilo, a la vista de espectadores, curiosos, merodeadores, caraduras y polizones, pero especialmente a la vista y “al foco” de cámaras fotográficas y de televisión, el entrenador del Atlético de Madrid, Diego Simeone, irrumpió en el estadio en la previa del encuentro frente a Bayern Munich, haciendo “cuernos” con la mano derecha, y tomándose el huevo izquierdo con la mano izquierda. Vestía la indumentaria deportiva que durante el partido cambiaría por su habitual vestimenta absolutamente negra, quizá para presumir seriedad, aunque su exacerbado histrionismo –como si los gestos ayudaran a mejorar el rendimiento– y los mencionados “cuernitos”, y “toquegenitales”, en nada van de la mano con la ropa oscura.
Una vez clasificado el equipo español, prácticamente todos los “zócalos” –leyendas al pie de las pantallas de televisión– de los canales nacionales hacían referencia a “el Cholo”, como si el entrenador fuese la gran figura del partido –que para quien esto escribe fue Juanfran– o como si los jugadores no existiesen.
Aún aceptando que, sin dudas, Atlético de Madrid ha mejorado en el juego, respecto de sus resultados bastante afortunados de los últimos tiempos, algunas adjetivaciones resultan innecesariamente exageradas.
Veinticuatro horas despues, Real Madrid le ganaba a Manchester City, que increíblemente pareció conformarse con perder por poco y quedarse fuera de la final. Pero esa fue otra historia.
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