DEPORTES
› GABRIEL BATISTUTA, FRESCO Y AUTENTICO
“Nunca me sentí seguro como jugador de fútbol”
El máximo goleador de la Selección Argentina muestra un costado desconocido de su personalidad: sus broncas, su desinterés por el juego, su pretensión por mantenerse siempre en la normalidad.
Por Luis Martin *
Gabriel Omar Batistuta se sabe dueño de un extraño don. Nació, dice, para conseguir lo que pretendiese. Le ofrecieron salir de Reconquista, donde nació, pagándose con goles la carrera de Medicina y sin darse casi ni cuenta, entró en la historia del fútbol argentino. En 78 partidos con la Selección metió 56 goles. Nadie ha logrado más que él. A su padre, Osmar, sigue sin gustarle el fútbol y él sigue sin entender cómo lo logró, más allá de su reflexión: “Me esforcé por conseguir lo que nunca imaginé lograr y lo hice”. En Qatar, pese a los problemas físicos que arrastra, anotó 23 goles en 20 partidos de la Liga en la que ha recalado como fin de trayecto. Lo suyo tuvo mérito en Boca, en Fiorentina y lo tendrá donde quiera que haya un arco y una pelota.
–¿Cómo sienta ser goleador en Qatar?
–Me divierto jugando acá. Los dos últimos años en Italia fueron duros, porque no podía, pero ¿cómo no iban a pedirme que pudiera con lo que mueve allí un gol? Ahora se trata de jugar y la cabeza siempre manda. Estoy tranquilo, feliz, aunque los tobillos me recuerdan demasiado las patadas que me dieron toda mi vida. Fui un cabezadura, ése fue el problema. Jugué tantas veces cuando el cuerpo no me daba, que tenía que acabar así. Pero entonces me daba igual y ahora no hay remedio. Otros por un dolorcito se quedaban fuera, yo no sabía hacerlo.
–¿Es lamento o es queja?
–No, no me quejo. No puedo. La pena es que no supe disfrutarlo en su momento y fue culpa mía. Me lo gané. Cuando se me mete algo en la cabeza voy y lo hago. Pero me pasé la carrera en lucha continua conmigo mismo, peleando para mejorar, mejorar, mejorar. Por eso llegaba una hora antes y me iba dos horas después. Lo malo es que después no disfrutaba, llegaba a casa cabreado el día que metía tres goles porque había fallado el cuarto. No supe festejar en su momento.
–¿No será consecuencia de que nunca soñó ser lo que fue?
–¿Cómo podía? En Argentina, a los 16 o 17 años, los futbolistas debutan en Primera. A los 18, yo me estaba probando en un equipo de una ciudad de 500.000 habitantes. ¿Sabés qué es eso? No era un pibe que soñara hacerme famoso jugando al fútbol, nunca, no podía. Crecí en una ciudad chica, un sitio que no existe, un pueblo pequeño. Jugaba en un equipo donde si llovía no te entrenabas para que el domingo pudiera jugarse el partido. Y a mi padre no le gusta el fútbol.
–Debe ser el único argentino...
–No, conozco a otro... Me inculcaron que la manera de prosperar era el estudio. Y no había plata, así que para ir a la universidad necesitaba ganar dinero y en el fútbol se dio la ocasión. Tuve suerte, me contrató Newell’s y a los 19 años debuté en Primera. Me vendieron a River y fue un desastre. Medio campeonato y me contrató Boca. Y ahí se juntó todo.
–Apareció Latorre.
–Sí, fue terrible la que armamos juntos. El Fiorentina lo compró a él, después cambiaron de idea y le dijeron a Boca que me llevaban a mí a Italia. Tres años después de empezar en serio, a los 21, me fui de la Argentina.
–¿Con susto?
–¿Feliz? Salir de Argentina, en aquel momento, era salvarme. El país estaba peor que ahora. En Italia comprendí que estaba donde merecieron llegar otros antes que yo, muchos futbolistas a los que vi quedarse en el camino por lesiones, mala suerte... y decidí aprovecharlo. Yo, que sólo quería estudiar Medicina, estaba allí. No sé, crecí escuchando que tenía que estudiar, será por eso que jugando al fútbol nunca me sentí seguro.
–¿Por eso se encerró siempre en el vestuario, fue esquivo con los medios y hasta con los hinchas?
–No necesité nada de fuera de la cancha. Me sentía demasiado normal. “No soy Dios porque meto goles”, pensaba siempre. Y no quise que me llenaran la cabeza con esa idea. Sabía lo que me costaba meter un gol, lo que me esforzaba y no necesité ni elogios ni entrevistas ni nada. Y fui feliz así.
–¿Ese fue el problema de Diego Maradona, que vivió en el centro de la idolatría absoluta?
–A Diego lo iban a ver jugar 10.000 personas cuando sólo tenía 10 años. A los 10 años no sos nada, pero él ya era todo. Creció dentro de un grupo que siempre lo trató así y no conoció otra cosa nunca a su alrededor. Diego no tuvo otra opción, no pudo elegir. Le convirtieron en dios y punto. Lo entiendo, aunque yo no haría nunca cosas que él ha hecho.
–¿Qué incidencia puede tener el dinero en la carrera de un futbolista, la fama, la idolatría extrema?
–El dinero hasta cierto punto está bien, pero a cierto nivel, más o menos ya no me importa demasiado, eso creo. Hay cosas que importan más. Lo di todo por la Fiorentina y me fui peleado con los dirigentes. Dije las cosas como las vi y me tuve que ir por no ser político. Ahora la gente se dio cuenta. Del fútbol he sacado cosas mejores que el dinero, seguro. Los amigos...
–¿Qué le faltó?
–Ganar un mundial, pero eso me ha pasado a mí y a mucha gente en este mundo... Jugué en el ‘94. Terrible. Pero fue peor en Japón. En 2002 éramos los mejores antes de empezar, no había duda. Y terminamos como los peores, ningún equipo jugó tan mal como nosotros. Lo que pasó allí no será fácil de superar para el fútbol argentino. Eramos dos amantes, el pueblo y la Selección, unidos como nunca se vio. Y los traicionamos, fallamos, se rompió de golpe ese amor.
–Su amor con la camiseta albiceleste habla de record.
–Lo mío con la Selección fue increíble. El feeling con la camiseta fue terrible. Me da hasta vergüenza cada vez que pienso que marqué el doble de goles que Diego. Era pura obsesión: si me ponía la camiseta, tenía que anotar.
–Pese a ser tan exigente, nunca se probó en España.
–En 1998 estuve muy, muy cerca del Barça. Pasé las vacaciones hablando por el teléfono móvil con mi representante. Tal era la sensación de que me iba a Barcelona que hasta me informé de dónde estaba la casa de Ronaldo, que se acababa de ir, para vivir en esa zona. Y me quedé en Italia.
–Donde vivía Ronaldo vive ahora Ronaldinho. ¿Lo ha visto jugar, qué le parece?
–Si soy sincero, lo vi en la publicidad. Allí, técnicamente es un fenómeno. No veo fútbol. Antes me pasaba casi lo mismo. Una vez le pregunté a un compañero en la Selección por el técnico nuevo de su equipo. “Me fui hace año y medio de ese club, Bati ¡qué sé yo!”, me contestó.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.