Mar 22.06.2004

DEPORTES  › OPINION

Cuatrerismo y marketing

› Por Diego Bonadeo

Es una señora mexicana de noventa y tres años y hace sesenta que vende diarios en la zona de la que, para muchos, es la calle más larga del mundo. Es la Avenida Insurgentes, por cierto nombre más adecuado para una de las calles principales de un pueblo que resiste, que el que en la Argentina recuerda al nefasto enfiteuta, y que nace en el Congreso para perderse en el oeste del conurbano.
La señora de marras se llama Rosario Iglesias y su presunto pasado de maratonista la habilitó para llevar un trecho la antorcha olímpica, aunque en realidad se supone que para el marketing de la previa de los Juegos interesa más su condición de nonagenaria canillita. Pero algún oportunista echó a rodar por allí la posibilidad de que la señora Iglesias participe simbólicamente –para el marketing otra vez– en el maratón de Atenas.
Ya cuatro años atrás, la televisión mostró al mundo a un ignoto nadador que, en representación de los excluidos de toda exclusión, participó en los cien metros estilo libre, nadando un hibrido entre “trudgen” y estilo “perrito”. Y que tardó algo menos de dos minutos para recorrer la distancia que en el mundo Johnny Weissmuller había recorrido en menos de un minuto hace ochenta años y, entre nosotros, Alfredo Yantorno hace sesenta.
Así como Benetton juega a la integración racial con sus mensajes publicitarios mientras les cuatrerea tierras a poblaciones mapuches en la Patagonia, las corporaciones dueñas de los derechos de todo, quizás pretendan otra vez en 2004 lavar sus genocidios sociales con la imagen de una viejita mexicana haciendo como que participa de una prueba de cuarenta y dos kilómetros.

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