DEPORTES
› MURIO JOSE OMAR PASTORIZA, UN ENTRAÑABLE PERSONAJE DEL FUTBOL
La pelota no se mancha, pero llora
Emblema de Independiente, pero jugador del mundo; estigmatizado como entrenador poco trabajador, pero más campeón que la mayoría, el Pato se fue ayer a causa de un infarto masivo. Una multitud se congregó en Avellaneda para darle la despedida.
› Por Pablo Vignone
Lo habían estigmatizado con eso de los asados, que era como creer que Menotti se reduce al achique o Bianchi al celular divino. Era amigo del príncipe Rainiero y de Hugo Chávez, fue sindicalista y empresario a la vez, lo jugó todo y lo ganó todo, especialmente el afecto del fútbol, que ayer no tuvo suficientes lágrimas para llorar su repentina ausencia. A los 62 años, víctima de un infarto masivo, se fue José Omar Pastoriza, el Pato, uno de los personajes más queridos del entrañable folklore que es el fútbol argentino.
A las 3 de la mañana de ayer, Pastoriza se sintió mal en su departamento de Puerto Madero, donde vivía cerca de algunos afectos. Veinte años atrás había sufrido un preinfarto y los médicos le habían recomendado recientemente dejar de fumar, una premisa que no cumplía. Llegó un amigo, llegó la emergencia, pero todo fue en vano. Dicen que el Pato nunca superó la desgracia de haber perdido a su nieta, el año pasado. Dos días después de la tragedia, volvió a su trabajo, como entrenador de Chacarita, argumentando que no se tomaba más días “porque eso sería de maricón y a mí me enseñaron de chiquito a no ser maricón”.
Seguramente se lo enseñaron en Rosario, donde nació en 1943. Y aplicó esa filosofía cuando en 1972, como secretario general de Futbolistas Argentinos Agremiados, capitaneó una huelga general que le granjeó la antipatía de la dictadura de Lanusse y la “invitación” a renovar el pasaporte e irse del país. Se fue, dejando su pizzería de la avenida Independencia, pero para ser el capitán del Mónaco y sentarse a cenar con Rainiero y Grace Kelly.
Su temporada europea clausuró siete años en Primera, después de haber debutado en Colón en 1962 y, recomendado nada menos que por Néstor “Pipo” Rossi, pasar a Racing en el ‘64, para formar parte de los inicios del “equipo de José”, que armó Juan José Pizzutti. Entonces, Independiente lo contrató en una operación de canje por Miguel Angel Mori. Comenzó allí una época gloriosa de Pastoriza como jugador, ya corrido al andarivel del ocho, actuando en 184 partidos, marcando 32 goles, conquistando cuatro títulos (Nacional 1967, Metropolitanos de 1970 y 1971 y la Copa Libertadores de 1972), que incluso le valieron ser convocado para la Selección, en la que jugó 18 partidos entre 1970 y 1972, antes de mudarse a Mónaco. “Vivir en un lugar incomparable como Mónaco solamente me lo podía dar el fútbol. La verdad es que a la pelota tengo que ponerla en un altar y rezarle todos los días”, admitía.
Cuando dejó el fútbol, en 1976, Julio Grondona lo contrató como técnico para Independiente, donde acuñó la práctica de los asados de los jueves, que luego algunos pícaros usaron para ridiculizarlo. Pastoriza siempre confió en la técnica del futbolista como medio más óptimo para alcanzar la conquista y pronto dio prueba, en aquella recordada final del Nacional de 1977, contra Talleres en Córdoba. Con los asados ganó seis títulos como entrenador, los Nacionales de 1977, 1978 y 1983, más la Interamericana de 1976 y la Libertadores y la Intercontinental de 1984, todos dirigiendo al rojo de Avellaneda.
Con esa personalidad condujo en 734 partidos a sus equipos: Independiente, Racing, Boca (donde no tuvo remilgos para “colgar” a Hugo Orlando Gatti y darle una oportunidad a quien sería luego su amigo, Carlos Navarro Montoya), Talleres, Argentinos y Chacarita, en la Argentina; Millonarios de Colombia; Gremio y Fluminense de Brasil; Atlético de Madrid de España; y Bolívar de Bolivia, además de las selecciones de El Salvador y Venezuela, cargo que le permitió entablar amistad con el presidente Chávez.
Dirigió por última vez a Independiente el sábado, en un amistoso contra Arsenal. La pelota no se mancha, pero llora. Como ahora.
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