Sáb 28.08.2004

DEPORTES  › OPINION

A nosotros nos representan

› Por Gustavo Veiga

Que el fútbol no se lo coma todo... Porque puede que, por apenas un puñado de horas, si el seleccionado de Bielsa le gana esta madrugada a Paraguay, el oro esquivo quede para siempre como marca o registro de Tevez, D’Alessandro y compañía. Pero habrá otro oro en juego, tan importante como el que nos obligará a mantenernos en vela, que empezará a cotizar por la tarde. Y por él irán –en una especie de remake de la semifinal olímpica y futbolera– esos tipos con los que nadie podría tener algo personal, si buscáramos parafrasear a Serrat.
Ellos, el intocable Ginóbili, ese Pepe Sánchez pensante y punzante con sus asistencias, esos dos formidables tanques lanzados en bandeja o para volcar la pelota, como Herrmann y Nocioni, en fin todos... hasta los que no jugaron casi nada como Leo Gutiérrez también buscarán su medalla en la final con Italia. Y si la Selección de fútbol, invicta y arrolladora, llegó hasta donde lo hizo con sus mejores armas, estos lungos que no se la creen ni ahí consiguieron lo mismo después de entrar en la historia. Ni más, ni menos.
Con cierta épica bien entendida que tienen los deportes en instancias decisivas, les ganaron con autoridad y de punta a punta a un Dream Team que se rindió a sus pies. Los NBA (desde ahora, esa sigla será para nosotros: Nunca Borrarán la Afrenta) casi terminaron su participación en los Juegos como los habían empezado (recuérdese la goleada en contra con Puerto Rico). Sólo duele que, desde ese negocio floreciente del básquetbol estadounidense, ahora digan que Tim Duncan y sus compañeros no los representan.
A nosotros sí, el equipo de Rubén Magnano (¿cómo evitar compararlo con Carlos Bianchi?) nos representa y muy bien. Incluso ha dado mucho más de lo que podía pedírsele. Y lo decimos antes de que se vengan los italianos. Por ese grupo de atletas que combinaron efectividad, destreza, solidaridad y entrega en partes simétricas, desparramamos una lágrima de felicidad. Una lágrima donde se confunden los límites entre la racionalidad que debe convocar al periodista y la emoción del hincha, que bien pueden ir de la mano y no ser contrapuestas. Enhorabuena.

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