Sáb 30.10.2004

DEPORTES  › OPINION

El camino más simple

› Por Facundo Martínez

Regresó Carlos Tevez de sus sensuales y controvertidas vacaciones en Río de Janeiro y, como era de prever, se desataron las lenguas para una extraña polémica. Hijo pródigo de Miguel Brindisi, al parecer, Tevez, se escucha en uno de los extremos, debería ser castigado y excluido de los posibles titulares en el próximo superclásico. Los argumentos son válidos, no hay duda; el principal es que el delantero se borró del equipo en el peor momento, en medio de la crisis. Una fotografía suya, junto a su novia modelo, disfrutando de un día de playa, publicada el mismo día en que sus compañeros terminaron pelándose los pies para sacar un triste empate ante Cerro Porteño, apunta esa mirada. Por el contrario, desde la otra vereda, se afirma que Tevez no puede perderse el choque con River, simplemente porque es un crack, una estrella, un jugador diferente que, en algún momento de su extraordinaria lucidez, puede cambiar el desarrollo de un partido; que sus vacaciones eran merecidas, que necesitaba hacer un parate, que estaba fundido y frases por el estilo.
De un extremo al otro, todos estos razonamientos arrastran en su movimiento, digamos, pendular, tajadas de verdad. Es cierto, por un lado, que Tevez deberá remontar relaciones con algunos de sus compañeros, sobre todo con quienes criticaron, siempre subrepticiamente, su huida en este momento de desgracia. Pero también es cierto que, por otra parte, cualquiera sea la posición que se adopte a la hora de juzgar los hechos, hay un detalle, tan obvio como central, que no se puede pasar por alto: que fue el propio Brindisi quien dio curso al pedido del jugador. ¿Por qué, entonces, el técnico debería ahora castigarlo o borrarlo? ¿Para demostrar que tiene autoridad? ¿Para ganarse el respeto del resto de los jugadores? Nada de eso debería suceder; lo esperable es que el entrenador actúe en consecuencia con lo pactado con el jugador antes de otorgarle el crédito para esta aventura. Es simple: Tevez debería jugar el superclásico siempre que esté en condiciones de hacerlo, en mejor situación que aquel que, llegado el caso, pudiera reemplazarlo. Poner a andar cualquier otro mecanismo para tomar esa decisión no haría más que seguir debilitando al ya golpeado entrenador y, por supuesto, al equipo.

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