DEPORTES
› OPINION
Sucesos repugnantes
› Por Gustavo Veiga
Otra vez, los Juegos Olímpicos y la política volvieron a mimetizarse en un tronco común de sucesos repugnantes. El repaso impone ejemplos insoslayables: la teoría de la supremacía racial de Hitler (Berlín 1936), los asesinatos de atletas israelíes (Munich 1972), los boicots de la Guerra Fría (Moscú 1980 y Los Angeles 1984) y ahora, Londres.
La red Al Qaida asestó dos golpes letales en una misma jugada. Atentó contra inocentes en la capital británica –todo indica que fue un mensaje contra el G-8 reunido en Escocia–, pero también lo hizo contra la futura sede de los Juegos del 2012, elegida 24 horas antes. Esto último, se descuenta, sin saberlo.
Los desprevenidos londinenses festejaron el miércoles la designación para dentro de siete años, pero casi no tuvieron tiempo de darse cuenta de lo vulnerables que son. Ataques producidos con la misma matriz de los sucedidos en Madrid transformaron aquella algarabía en terror. Por carácter transitivo, se preocuparon hasta los alemanes, lanzados como están a la organización del Mundial de Fútbol 2006.
Tony Blair, el primer ministro británico, arrastraba bajos índices de aceptación popular y la candidatura de Londres resultaba funcional para su estrategia política. Por eso se había presentado en Singapur.
La afanosa búsqueda de nuevos deportes que estén a la altura de la agenda que impone la televisión y los miles de millones que mueve el COI se funden con las aspiraciones políticas de los líderes más poderosos. ¿A cuánto asciende si no el valor de mantener la expectativa en los Juegos desde hoy y hasta el 2012? No existe un dirigente político que no conozca el valor que tiene el deporte para sus objetivos inconfesables.
Claro que corren un riesgo. Como el que ayer afrontó Blair. Un día festejó la designación de Londres como sede de los Juegos y al siguiente tuvo que darles el pésame a las víctimas del terrorismo que él mismo alimentó con la campaña militar en países arrasados como Irak.