Sin cuento, la Argentina armó probablemente el mejor equipo de la Copa Davis en la historia: ni los yanquis juntaron jamás tantos jugadores de tan bajo ranking, normalmente porque cuando empiezan a voltear muñecos quieren juntar dólares (y como la Davis no los da, prefieren descansar esos fines de semana para sumar más dólares la semana siguiente en cualquier torneo profesional). Con el 8, el 9, el 10 y el 11 del mundo va implícito, además, cierta estirpe de orgullo nacional, esa idea no exenta de lógica de querer comprarse otro cacho de historia ganando por primera vez la Copa para el tenis más poderoso de América latina.
Pero juegan en la cueva de Bratislava. Los españoles fueron a jugar con Rafael Nadal –el auténtico verdugo del tenis argentino del 2005– a bordo. ¡Nadal!. Y sin embargo se volvieron derrotados de la cancha del Sibamac Centre, que parece más una pista de carreras que un court de tenis. El ranking de los tipos probablemente no impresione tanto, pero todos son ursos que no bajan de un metro ochenta de altura, y también tienen (como los australianos en Sydney) un cuco, Dominik Hrbaty, presentado de tal manera que a esta altura causa más miedo que Federer.
Entonces, si Coria está momentáneamente lastimado y el entrenador Alberto Mancini tiene que pedirles a sus tenistas que mojen las pelotas con su propio sudor para poder frenarlas y ralentar el juego, entonces van a tener que transpirar mucho (en cualquier sentido que se interprete) para comprar un pasaje a la final de la Davis.