DEPORTES
Patriotas
› Por Facundo Martínez
Quiero que la Argentina se vuelva rápido, para ir a Ezeiza y tirarle monedas a los jugadores”, dijo un amigo, preocupado por la falta de trabajo, el caos generalizado y otras arbitrariedades. Otro, también muy futbolero, prefiere que el equipo de Bielsa gane la final “para darle una alegría al pueblo”, más allá de la utilidad política y todo eso. El Mundial, esa magnífica fábula planetaria, es también una buena excusa para soltar esas pulsiones que construyen y destruyen; con intuición heraclitea, se dirá. Perder o ganar, de eso se trata. Sin embargo, ambas son caras de una misma moneda. El primero quiere que Argentina pierda para que se acabe la ilusión, la suspensión que el Mundial provoca en la cotidianidad, para que todo vuelva a (des)acomodarse y resurjan los reclamos; pero el segundo quiere ganar porque está seguro de que no existen remedios para curar tantos dolores, reales e imaginarios y cree que la distracción bien vale la pena. Ambos yerran y aciertan a la vez. Y no hay por qué resolver la tensión. Argentina debutará ante Nigeria y al primer movimiento de la pelota mis dos amigos querrán ser de alguna forma el otro. El primero querrá ganar, consciente de que el tiempo del fútbol pasa más rápido de lo que parece, y tener algo para festejar. El segundo querrá perder para no saturarse de patria ni hartarse de tanta suntuosidad y exitismo. A su manera, ambos hablan sólo de fútbol, de las dos posibilidades que encierra en última instancia el Mundial; ninguno quiso hacer una apuesta: no tenían plata, dijeron.