DEPORTES
La vida en dos tiempos
› Por Rodrigo Fresán
PRIMER TIEMPO “Cachirulo, corré la zabeca o te surto”, grita alguien. Demoro en comprender que Cachirulo soy yo y, sí, los argentinos son todavía más argentinos en el extranjero. O destacan más. Una cosa es segura: atrasan y –por más que el que me acusa de Cachirulo podría ser mi hijo– adquieren un léxico que, seguro, ya no se habla en los bares argentinos de Buenos Aires, pero continúa vivo en los bares de Barcelona como éste donde todos se juntaron a ver y oír y sufrir la nueva entrega del viejo duelo Argentina-Inglaterra. Los argentinos –se sabe– protestan por todo: por el modo en que está filmado el partido, por el modo en que está relatado y por las cosas raras que está haciendo Verón.
La privatización de este Mundial por televisión de pago –exceptuando a los partidos de España y los de las semifinales para adelante– sumado a los horarios matutinos han obligado a hacer vida de bar a horas raras. Lo que no molesta a los que están detrás de las barras e instalaron televisores finales para los expulsados del paraíso del living y las pantuflas, pero que produce cierto efecto de saturación según quienes jueguen. Ahora, acá, la sensación es la de haber sido abducido hacia una nueva dimensión donde los extraterrestres llevan décadas sintonizados con la Argentina y son los más argentinos de todos: son, ya lo dije, argentinos en el extranjero. Y se ha dicho que este Argentina-Inglaterra no aparece en absoluto contaminado por lectura política alguna. Discrepo e introduzco enmienda: tal vez no tenga lectura política en Argentina, pero aquí, fuera del área de peligro, todo el asunto se presenta como la lucha entre un país aniquilado al que sólo le queda el consuelo y el orgullo de dar patadas contra un viejo imperio parte de ese nuevo imperio en formación que es la Europa Potencia y Blindada a la que el afuera cada vez le importa menos. Una nueva y satisfecha Europa que parece estar contagiándose de los peores virus de Estados Unidos y que en nombre del terror al terrorismo y al factor exótico –aquí y ahora, en esa suspensión de la realidad que suelen ser los clásicos mundialistas, en esa metáfora rectangular y verde y penal– va ganando.
ENTRETIEMPO Ah, si la vida fuera como un partido de fútbol y –alcanzado su centro exacto– uno pudiera retirarse a los vestuarios por para reflexionar sobre lo sucedido y tomar decisiones en cuanto a lo que podrá llegar a suceder. No es así. O tal vez sí: ¿será eso la crisis de la mediana edad cuando suelen tomarse casi todas las decisiones equivocadas? En cualquier caso, yo me pasé el entretiempo corriendo de un bar a otro, igual que como muchos pasan la crisis de la mediana edad.
SEGUNDO TIEMPO “Hey mate, move your head”, grita alguien y yo muevo mi cabeza y ahora después de una carrerita de varias cuadras estoy en un pub inglés de por aquí con Churchill y los Beatles en las paredes y –a diferencia de la composición “vine a ver qué pasa” del bar argentino– jubilados felices y profesionales felices y estudiantes felices llegados desde la nublada Inglaterra a la soleada España. Y –aunque parezca imposible, a diferencia del bar argentino donde no había ningún british– varias lindas chicas con la camiseta de la Selección Argentina. Y todos felices. Bueno, algunas no tanto; y, a medida que transcurre el segundo tiempo, los ingleses que empezaron sintiéndose como suicidas épicos y shakespeareanos en Agincourt en plan “We few, we happy few” terminan como reales “We are the champions, my friends”. Y ya son casi las cuatro de la tarde y que raro es ver a tanta gente rellena de Guinness a esta hora. Unos argentinos in extremis propone ir a festejar a ese obelesquito que está en la parte más alta del Paseo de Gracia, unos españoles felices loscontemplan mientras todavía paladean el sabor victorioso de haberle ganado a Chilavert mientras que, desde los carteles pegados en la calle, el Diegordo Maradona sonríe con los pulgares levantados mientras promociona el próximo festival Sónar de música electrónica y afines. Y el Diegordito parece tan feliz y, ¿de qué se ríe el Diegordito?