Mié 12.06.2002

DEPORTES  › ALGUIEN QUE LOS CONOCE TRADUCE EL SENTIMIENTO VIVO DE LOS SUECOS

Esperando el sol de medianoche

Los suecos -tanto los jugadores como los hinchas- afrontan el partido de hoy con sentimientos encontrados: hubieran preferido que Argentina derrotara a Inglaterra para no tener que definir con nosotros la dura clasificación. Y no es lo único que les pasa.

Por Christian Kupchik

”Estoy nervioso”, escribe Lasse desde la bella Lund. Faltan apenas unas horas para el trascendental partido contra Argentina y poco más de una semana para la fiesta del solsticio (midsommaren), único día del año que los suecos sacan a pasear su ordinaria locura sin mayores inhibiciones. Lasse, como muchos compatriotas suyos, no ha podido dormir. No, el sol que ya brilla cerca de la medianoche no tiene, esta vez, mucho que ver. Se explica. Un día antes que comenzara la fiebre del Mundial, Lasse imaginó un guión de comedia romántica cuyo final era este encuentro con las dos selecciones, Suecia y Argentina, ya clasificadas. El otro, el de pesadilla, el que ningún vikingo quería representar, era uno de Chuckie y Freddie Krueger escrito e interpretado por Bela Lugosi y Wes Craven juntos: tener que decidir la clasificación con Argentina. “Ustedes son impredecibles. Haber perdido con Inglaterra lo demuestra”, solloza Lasse.
Y hay que medir bien estas palabras. El fútbol, en Suecia, ingresaría en segundo orden de interés popular después del hockey sobre hielo y, tal vez, el tenis (el aporte de las generaciones de Borg, Wilander y Edberg hizo lo suyo). El campeonato local es menor, se juega en verano cuando el resto de Europa descansa, y rara vez algún equipo sueco logra relieve en los torneos continentales. El último fue el IFK Goteborg, de Sven-Göran Eriksson, quien ganó una Copa UEFA y desapareció de Escandinavia para cosechar éxitos en Italia, Portugal y, ahora, como primer técnico extranjero de Inglaterra. Y los caminos se vuelven a cerrar sobre la rubia Albion. Todo niño sueco que se precie de tal, además de hinchar por un equipo local, lo hace por uno británico. Mejor dicho: primero elige un equipo inglés, y sólo después destina algo de simpatía por alguno de su ciudad natal. Así las cosas, para los suecos el fútbol empieza y termina en Inglaterra, y cuando alguien dice “Argentina”, aun hoy, todavía son capaces de comentar emocionados los goles de Ardiles y de Villa en el Tottenham a comienzos de los ‘80. Y, no obstante, nadie, ni siquiera el excéntrico ex arquero Thomas Ravelli, el héroe del tercer puesto en Estados Unidos ‘94, o el último de los renos de Laponia, quería conjeturar un pasaje al limbo de los octavos a manos de Argentina. Es como si el sol de medianoche, el día del solsticio, amenazara con no salir.
Ante todo, los suecos mantienen una alta consideración por el espíritu deportivo. Admiran a Brasil, claro, como todo el mundo, pero con Argentina es otra cosa. Una suerte de temor mezclado con respeto. Y aunque no fueron demasiados los encuentros entre los dos representativos, siguen de cerca lo que ocurre en las ligas italiana, española y, por supuesto, inglesa. El trabajo de Bielsa es valorado como en pocos lugares por los especialistas, sobre todo por la forma en que consiguió unificar la dinámica europea con la natural habilidad de los sudamericanos. Eso, para los nórdicos, resulta notable. Sus futbolistas son, en el mejor de los casos, excelentes atletas, porque fueron alimentados y educados para ello. Capaces de correr 400 metros llanos por un campo minado en Afganistán sin transpirar, pero inútiles a la hora de quebrar la cintura en velocidad. El último “caño” que se recuerda de un jugador sueco fue en el Mundial ‘90, gracias a una equivocación de Anders Limpar. Los historiadores lo justifican: era hijo de húngaros. Los brasileños despiertan admiración por su capacidad de malabaristas de la pelota, pero son sospechosos a la hora de adherir una cuota de sacrificio y/o disciplina a sus virtudes técnicas. En cambio, dice Lasse, los argentinos, con Bielsa, lograron unificar las dos cosas:belleza estética y despliegue físico, enorme despliegue. De ahí que no logren entender por qué no triunfamos con los ingleses.
Esta consideración para con el equipo argentino también resulta de un mérito mayor. En el citado Mundial italiano, en el que Suecia perdió sus tres encuentros 1-2 (Brasil, Escocia y ¡Costa Rica!), las expectativas estaban cifradas en lo que ocurría con los demás. El debut de Argentina con Camerún no dejó mucho espacio al entusiasmo para con nuestra Selección, pero gracias a “las artes” del inefable Dr. Bilardo, cada encuentro que pasaba ante los ojos de un espectador neutral (y los suecos dictan cátedra en Neutralidad I y XX), los llevaba de la indiferencia a la indignación. Así, casi sin poder contenerse, cuando Argentina llega a la final contra Alemania –un adversario que despierta bastante poca simpatía en Suecia–, un periodista del vespertino Aftonbladet, el más popular del país, escribió en aquella ocasión: “Si existe alguna lógica, los alemanes no tendrían que tener demasiadas dificultades para derrotar a su inesperado adversario. Pero, como el hecho de que Argentina haya llegado hasta esta instancia demuestra que el fútbol carece de toda lógica, habrá que reconocer con tristeza que, a veces, hasta los idiotas pueden tener razón”. Por si esto no fuera del todo contundente, había que esperar el día después. El relator sueco a cargo de la transmisión televisiva, una versión infinitamente más moderada que Araujo, que susurra con sutil entusiasmo la palabra mål (gol) cada vez que la circunferencia ingresa en la red, pareció víctima de todos los voltios de la cama solar de Closs en el momento de gritar el gol de Brehme que dio la victoria a los teutones. Luego, respiró, hundió la cabeza en las sales, se repuso algo, pidió disculpas a la audiencia, y añadió: “Yo no sé si fue penal o no, pero a partir de esto los argentinos deberán aprender que el crimen no paga”.
Es probable que los argentinos recién ahora estén por darse cuenta de que “el crimen no paga”, pero de eso, ni Bielsa ni sus muchachos tienen culpa alguna. Los suecos lo saben, y por eso Lasse escribe, casi como un argentino, “no nos quiten también la alegría del midsommaren” (el solsticio). Le digo: nosotros, Lasse querido, también esperamos el sol de medianoche.

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