Jue 13.06.2002

DEPORTES

El día que apagaron la luz

› Por Rodrigo Fresán

UNO A ver, veamos: uno sabe poco sobre fútbol (entre paréntesis: ¿qué es saber de fútbol?), pero sabe algo de otras cosas. Uno sabe –por ejemplo– de los modos y maneras de contar una historia. Y uno que sabe algo de eso –de cómo narrar algo– empezó a preocuparse un poquito cuando vio por primera vez un aviso argentino de televisión argentina, hace un par de meses, y sigue preocupado ahora.
El aviso argentino de televisión argentina –no sé de qué es, qué vende, porque los canales españoles lo cortan antes del remate publicitario– muestra a nuestro pueblo todo frente a las pantallas de una hipotética final mundialista entre Argentina y Brasil. Seguro que ya saben cuál es: últimos minutos del partido, Argentina va a patear un penal, entonces se corta la luz en todo Buenos Aires, entonces la desesperación pero, por suerte, hay un viejito escuchando el partido por la radio y, claro, por supuesto, gol. La Argentina campeona mundial y qué carajo importa estar a oscuras si somos campeones.

dos Veamos, a ver: en el aviso ya mencionado se está jugando una final de Copa del Mundo entre Brasil (la alegría, el carnaval) y Argentina (la tristeza, el tango), van cero a cero (la incertidumbre), hay un penal para la Argentina (el milagro, la salvación a último momento), el tiempo se congela frente a los televisores (la angustia), entonces se corta el suministro eléctrico (la crisis) y sólo un anciano (la sabiduría) que escucha en la calle una radio a baterías pegada a su oreja escucha el resultado, grita “gol” con un hilo de voz, la gente joven (el futuro) sale a los balcones cargados de banderas (la compulsión balconera triunfante y/o suicida que abarca a Perón, Evita, Isabelita & Lopecito, Videla ‘78, Galtieri ‘82, Alfonsín con la casa en orden, Menem cuando tenía ganas) y ese gemido pronto salta de garganta en garganta hasta crecer (¡Argentina! ¡Argentina!) a grito sagrado de millones.
El mensaje es simple y luminoso: sólo el fútbol sacará al país de las tinieblas. A ese país sólo le queda exportar carne de futbolistas y rezarle cada cuatro años a su Selección con el convencimiento de que si Dios es argentino, bueno, entonces cómo no vamos a ganar, ¿eh?

TRES El aviso en cuestión –que mientras escribo esto vuelven a emitir los noticieros españoles con inserts de nuestros muchachos derrotados y sollozantes– tiene, claro, un evidente problema narrativo a no ser que lo consideremos muestra de futurismo optimista, historia alternativa a la Philip K. Dick o, simplemente, alucinación colectiva y peligrosa: el aviso en cuestión propone la épica antes del triunfo, el premio antes del esfuerzo. En resumen: una actitud muy argentina.
Y, sí, se sabe que la ciencia publicitaria no es otra cosa que la elevación de la mentira a categoría de Bella Arte, pero... Días atrás -aquí– vi por televisión española una entrevista a dos publicistas argentinos de esos que se han venido aquí a abastecer al mercado español con ese nuevo subgénero comercial que es la publicidad ibérica protagonizada por argentinos. Los dos se reían y se preguntaban qué podía llegar a pasar si Argentina no ganaba el Mundial. La respuesta –la tienen ahora, la tenían entonces– es que no pasó nada que ya no hubiera pasado: no hay luz. La única diferencia es que el viejito en lugar de decir “¡gol!” dice “¡ay!”. O ni siquiera eso.
Y que la Argentina vuelve a estar en la Argentina.

CUATRO Evitemos, por favor, las teorías conspirativas de siempre o el “campeonismo moral” de rigor. Entro al site de un diario argentino y leo”Argentina eliminada, pero dejó todo en el cancha”. Pregunta: ¿qué dejó? ¿Qué me perdí? Y si dejó algo, entonces: ¿cuánto fue lo que dejó Uruguay contra Senegal hace un par de días? ¿O los novatos del Estados Unidos versus Corea? ¿Y qué fue lo que dejó Argentina en el ‘78 y en el ‘86? Escucho a Burgos en la conferencia de prensa después del partido afirmar que, por desgracia, los mundiales los ganan los equipos conservadores y especulativos y los que se ven perjudicados son los equipos serios y competitivos como el “seleccionado albiceleste”. ¿Lo qué? Ahora, en mi televisor español, una chica argentina –¿la misma chica que en el Argentina-Inglaterra les dijo a un par de catalanes que se fueran a otro parte porque “este es territorio argentino”?– llora en un bar que vuelve a ser y nunca dejó de ser barcelonés aferrada a una Biblia. ¿El calefón? Bien, gracias.

cinco Se sabe que los mundiales en la Argentina son y funcionan como oportunas suspensiones de la realidad. Así que veamos la mitad del vaso lleno y la felicidad de no tener que volver a ver ese maldito aviso donde, después de todo, la Argentina cuando gana lo hace a último momento con un penal que no vemos cómo fue provocado ni cómo fue pateado. Veamos esta rápida eliminación de nuestro equipo “serio y competitivo” como invitación a volver a preocuparse por cosas más serias que el rendimiento de Verón, o si Maradona podrá entrar a Japón. Cosas como la salud física y mental del gran pueblo argentino, salud.
Tal vez así –pensando más en el durante que en el después, en el partido más que en la Copa; como lo exigen las buenas historias, las historias verosímiles, las que vale la pena contar– tenga algún sentido seguir jugando.
Si no, ya saben: el último que cierre la puerta.
La luz está apagada desde hace rato.

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