DEPORTES
› OPINION
Elaborar la pérdida
› Por Sandra Russo
Alguna vez haremos algo más que elaborar la pérdida? El tono muscular argentino ayer fue flojo. Un poco por la falta de sueño y otro por la depresión, a la gente se le caían las cosas de las manos, los autos tardaban en arrancar en los semáforos, nadie tocaba bocina, los saludos se limitaban a miradas furtivas, como quien dice: “No me hagas hablar”. De todos modos, de tanto elaborar la pérdida, la melancolía general que ayer ganó las calles pareció indicar que por lo menos en eso, en perder, hemos ganado experiencia, somos casi perdedores especializados, damas y caballeros expertos perdedores, tenemos cierta elegancia para perder de la que hace unos años carecíamos. El que no salta ya no es un sueco, ¿a quién se le ocurriría hoy semejante exceso?
No es por viciar la mirada con la media botella llena, pero no deja de ser alentador que, pese al desastroso papel desempeñado por el presunto equipo favorito entre los favoritos, la gente no haya reaccionado con ira. Será porque hasta para la ira hay que tener cierto resto, o porque paradójicamente las penurias que supuestamente nos deberían haber empujado hacia la barbarie nos han civilizado con fórceps, pero concretamente ayer escuché a mucha gente llorosa y acongojada admitir que los pibes habían jugado bien, que Bielsa después de todo fue fiel a su estrategia, que el equipo fue a ganar y no pudo, pero que se animó a correr riesgos. Con esos oídos de media botella llena lo que escuché ayer fue un enorme lamento multiplicado a lo largo y a lo ancho, una decepción amplificada por la exageración de las expectativas, pero también escuché abajo del lamento y de la decepción mucho realismo. Todos sabían de antemano que si este país está condenado a algo, al éxito no es.
Percibí, además, en la tristeza, tristeza por el prójimo. A mucha gente le hubiese gustado ver ganar a Argentina por los otros, por sus amigos, por sus familiares, por sus compañeros, por sus hijos; a mucha gente le hubiese gustado la alegría de un triunfo, pero sobre todo le hubiese gustado ver la alegría en los otros. Y algo más: ayer al mediodía, con el sapo ya a mal tragar, en el camino hacia el diario vi a tres personas (un chico en bicicleta, un hombre vendiendo flores y otro en la cola del colectivo) con la camiseta argentina todavía puesta. Me parece que algunos no se la van a sacar.