Marcelo Bravo pintaba para crack, pero el corazón le jugó una mala pasada y lo hizo abandonar el fútbol. Ahora integra el cuerpo técnico de Vélez, candidato a ganar la Copa Libertadores.
Un saber popular sostiene que la vida de cualquier persona puede cambiar en tan sólo un segundo, que el destino –que para muchos todo lo puede– es capaz de modificar el rumbo de un individuo en tan sólo un abrir y cerrar de ojos. En el mundo del fútbol existen infinidad de casos que podrían elevar al carácter de máxima irrefutable este saber popular, a partir de innumerables ejemplos de torpes goleadores que, con sólo dos goles en un partido, pasaron a ser ídolos de una hinchada o arqueros hostigados por su propia parcialidad que finalizaron un partido llevados en andas, gracias a un penal atajado ante el rival más odiado. Ahora, ¿qué es lo que ocurre cuando se da exactamente todo al revés y la vida de un jugador que pintaba para ídolo o crack da un vuelco inesperado y, por diversas circunstancias, no puede volver a jugar al fútbol? Uno de esos casos es el de Marcelo Bravo, flamante talento del Vélez campeón del Clausura 2005, quien debió abandonar el fútbol debido a una miocardiopatía hipertrófica congénita (agrandamiento del músculo cardíaco) y ahora, con 21 años, es colaborador del cuerpo técnico de Miguel Russo. En diálogo con Página/12, Bravo repasó todo lo que le tocó vivir este último año, desde el momento de la frustración hasta el generoso ofrecimiento que le hizo Vélez para que continúe vinculado con el club.
–¿Qué siente al ser ahora un integrante más del cuerpo técnico de Vélez, protagonista del Clausura y uno de los mejores equipos de la actual edición de la Copa Libertadores?
–Me siento bien, por el momento. Esto es arrancar algo totalmente nuevo. Por suerte, mis compañeros me siguen tratando bien, de la misma forma. Y, de a poco, comienzo a ver las cosas de una manera diferente.
–¿Cómo surgió la posibilidad de ser parte del cuerpo técnico que encabeza Miguel Russo?
–Vélez me ofreció otras cosas antes de esta posibilidad como, por ejemplo, empezar a trabajar en las divisiones inferiores. Y después Miguel me llamó para que me sumara a su plantel, y la verdad es que no lo dudé. Me pareció que ésta era una buena oportunidad de empezar a trabajar en la máxima categoría. Arrancar desde tan chico, con un técnico con la experiencia que tiene Russo, era una oportunidad imperdible. Russo me habla mucho y me va explicando cosas. Estando del otro lado, hay muchas cosas que se ven distintas.
–¿Cuánto cambió su vida desde que se enteró de que no iba poder jugar más?
–Mucho, más de lo que cualquiera podría suponer. Por ejemplo, desde el primer día que me sumé al cuerpo técnico, ya fue un cambio terrible no cambiarme junto al resto de mis compañeros. Es decir, desde cambiarme de ropa hasta tener que ver todo desde el borde de la cancha. Por suerte, repito, mis compañeros me están ayudando mucho y me hacen sentir bien.
–¿Ya comenzó el curso de director técnico?
–Aún no, pero ya tomé la decisión de hacerlo en los próximos meses.
–¿Cómo cree que actuó Vélez en su caso?
–No me puedo quejar. Este club es mi segunda casa, hace 14 años que estoy y pasé por todas las divisiones inferiores. Tanto en los buenos como en los malos momentos, siempre hubo gente alrededor que trató de aconsejarme de la mejor manera y por lo cual estoy muy agradecido. Vélez, con actitudes como ésta, deja en claro por qué mantiene la reputación de club ejemplar. No por nada, todo el mundo lo pone como ejemplo. Con mi caso se han portado de una forma espectacular. Pese a mi problema, también soy consciente de que tuve suerte al estar acá.
–¿Se esperanza en que la ciencia consiga una solución a su problema?
–Por un lado, sé que mi etapa como futbolista es una cosa pasada, pero, por el otro, confieso que aún mantengo una mínima esperanza de que la ciencia avance y pueda encontrar una solución. Tengo sólo 21 años y con la rapidez con la que avanza la ciencia, uno no sabe lo que puede llegar a pasar, por ejemplo, de acá a tres o cuatro años.
Informe: Carlos Altea.
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