DEPORTES › INGLATERRA GANO AGONICAMENTE Y SE CLASIFICO PARA LOS OCTAVOS DE FINAL
Tuvo que sufrir 83 minutos hasta que Crouch y luego Gerrard la embocaron. Después salieron a hacer de las suyas...
Lo que no pudieron los policías de Nuremberg lo lograron los entusiastas jugadores triniteños durante una hora larga: hacer callar a los hinchas ingleses. Con mucho amor propio y unas ganas envidiables, Trinidad y Tobago estuvo a punto de dar el batacazo de empatarle a Inglaterra, que finalmente se impuso 2-0 sobre el final, con goles de Crouch y Gerrard, y devolvió la normalidad: miles de ingleses descontrolando las tranquilas calles de la ciudad.
El equipo de Eriksson jugó al ritmo de sus hinchas o, por mejor decirlo, los hinchas se movieron al compás del equipo. Es que con 35 mil ingleses alentando de manera alocada con los clásicos aplausos seguidos del guerrero grito de “¡England!”, los jugadores blancos salieron a hacer bandera ante Trinidad y Tobago. Como sus hooligans, que colmaron de trapos el Frankenstadion, aunque casi ninguno con los colores británicos, como para demostrar que Inglaterra hay una sola: ni irlandeses, ni escoceses ni galeses. Pero en la medida que el gol y el juego no aparecían, el fuego de las gargantas se iba apagando, hasta terminar la primera etapa con silbidos. Apenas contaron con un par de remates de Lampard y un rebote que Owen no pudo capitalizar.
Del otro lado, los centroamericanos no pudieron con su genio y, dentro del mar de ingleses, apenas consiguieron poblar dos islitas en una de las cabeceras, cerquita de los corners: de un lado los de Trinidad y del otro los de Tobago, obviamente. Y en la cancha hicieron más o menos lo mismo: dividieron el campo en dos. De un lado, en Trinidad, se pararon el arquero, la línea de cinco y los tres volantes, capitaneados por Dwight Yorke. Y arriba dejaron aislados a dos vagos... Bah, en realidad, ningunos vagos, porque John y Jones, los dos atacantes, jugaron de delanteros y se ganaron unas changas como marcadores de punta bises, para tapar las subidas de Carragher y Ashley Cole. El verdadero vago era Beckham, que parado en un costado, con un par de centros excelentes, se las ingenió para zafar. El que no zafaba era el grandote Crouch, una versión desmejorada de Palermo. Una pifia clamorosa tras una habilitación genial de Beckham le valió el abucheo y la sorna de sus propios fanáticos al ver la repetición por las pantallas gigantes y el “fucking stupid” del periodista del Daily Star ubicado en el palco.
Con el correr de los minutos, la geografía del partido fue cambiando. Inglaterra paró sus once jugadores en campo contrario y se lanzó con todo en busca de la victoria. Por eso, los Juanes abandonaron definitivamente Tobago y se instalaron para siempre en la otra isla, a esa altura con todo el equipo encomendado a la Santísima Trinidad. A los ingleses les volvió el alma al cuerpo cuando ingresó Rooney, con lo que los cantos de guerra regresaron por unos minutos. Pero no demasiado. Los que gritaban a esa altura eran los de Trinidad, los que respondían eran los de Tobago, hasta que juntos se animaron con un ole bastante extraño cuando los de Beenhakker se despacharon con siete toques seguidos. Y llegaron al éxtasis cuando el rasta Sancho –de lo mejor de la cancha– se tiró de panza para sacar una pelota al lateral. Y los ingleses, calladitos...
Pero todo era muy lindo como para que fuera cierto. Entonces, el cuentito acabó de la peor manera. El vago Beckham sacó un centro mágico, el desgarbado Crouch le ganó arriba a Sancho y, con un cabezazo a siete minutos del final, clavó el 1-0 para destrabar la angustia. Y ya en el descuento, un zapatazo de zurda de Gerrard devolvió la locura. Primero al Frankenstadion y, un rato más tarde, al centro de Nuremberg. Por una hora larga, gracias a los trinitenses, había habido paz. Después, todo volvió a la normalidad.
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