Ayer, otra vez tres partidos, la altísima dosis de Mundial que aún podemos soportar según el cronograma de fondo verde que nos convoca diariamente en esta etapa de enfermedad aguda. La jornada –con todas las odiosas interferencias de los otros menesteres entreverados– arranca con mate temprano hasta la primera cita y después no para: 10 a 12, y pausa para comer; 13 a 15, pausa para nuevo mate; 16 a 18 y final. A media tarde sumamos los 270 minutos de fútbol que digerimos de a largos tragos y hacemos balance. Después –con todo el resto atrasado– a vivir y escribir.
A esta altura, mediando la etapa de clasificación zonal, se puede hacer cierta clasificación de los partidos, eso que tragamos con los ojos abiertos. Ayer, por ejemplo, lo mejor y más digerible fue el fútbol vistoso, elegante y efectivo de Ecuador, que le hizo tres a Costa Rica en un partido de rivales homogéneos, sudamericanos y pausados ambos, uno excelente y maduro ya; el otro, limitado. Lo peor fue el horrible Suecia-Paraguay, mal jugado por los dos, a los pelotazos, a las carreras, sin que se les cayera una idea: sólo caían centros y más centros... Y lo más emotivo, la película del día –con las consabidas lágrimas postreras, a minutos nomás del final y los títulos– fue Inglaterra-Trinidad y Tobago, el clásico enfrentamiento entre el Grande y el Chico. Opacos los ingleses, condenados en apariencia al imán que significa la torre de turno para el pie derecho de Beckham. Y prolijos los antillanos, entrenados para jugar sin miedo por un sabio holandés errante.
Es decir: un partido agradable de ver, por el equipo que jugó bien y ganó: Ecuador. Y dos partidos menores –uno muy emotivo; otro simplemente espantoso, de los peores del Mundial– en los que no se jugó bien. Balance de ayer entonces que supera apenas el aprobado: 5.
Teniendo en cuenta cómo sigue esto, habrá que revisar las dosis, porque la tolerancia disminuye con la prolongación del tratamiento. El primer síntoma es la somnolencia (me dormí un rato durante Suecia-Paraguay) y la etapa siguiente incluye episodios aislados de agresividad: arrojarle cosas a la tele, por ejemplo. Esperemos que no.
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