› Por Juan Sasturain
Desde la casa
Las reflexiones, o como se llame lo que sigue, están motivadas por dos partidos de ayer: Ucrania-Arabia Saudita y España-Túnez. Además de suponer el conocimiento de esos enfrentamientos y sus respectivos resultados, tienen vagamente que ver con la idea de “trámite” aplicada al fútbol. Es todo un tema ideológico.
En principio, a nadie sino a los gestores –veloces especialistas rentados– les gusta o interesa hacer trámites. Se trata de esas burocráticas “diligencias necesarias para la marcha de un asunto”, según el diccionario, que no requieren en apariencia sino tiempo, paciencia y un módico sentido común. Los trámites son cosas simples, más o menos cómodas o incómodas pero para las que sólo “hay que ponerse” o encontrar el momento. Ahora, no hace tanto –y vía hispana, como suele– el término se ha incorporado extrañamente al nada burocrático universo del fútbol dentro de una expresión hecha: “de mero trámite”.
Así, “de mero trámite” se suelen calificar ahora las cosas –los partidos, las definiciones– que en principio, es decir “a priori”, no se resuelven solas pero casi pareciera que sí: por ejemplo, partidos cuyo resultado puede prenunciarse por la manifiesta desigualdad de los contendores o por la supuesta evidencia de antecedentes inmediatos. Algo que entusiasma a los quinieleros, los estadísticos y los embaucadores de toda laya.
Porque no existen, por suerte, los (meros) trámites en el fútbol. Seamos boludamente obvios: Cada partido es un acontecimiento único, 90 minutos saludablemente impredictibles en los que puede pasar cualquier cosa. La referencia al mero trámite, propia y práctica habitual del periodismo que hace de la profecía y de las conclusiones apresuradas a partir de los resultados (ocasionales) su único modo de aproximarse al misterio que encarna –por suerte– cada partido de fútbol, es por lo menos desafortunada. El habitual mecanismo mistificador consiste en reunir antecedentes inmediatos (un partido) y estadísticas irrelevantes (medio siglo) para sacar una conclusión apresurarada que debe ser sostenida con la expresión “se presenta como favorito” o “todo indica que no podrá tener dificultades en”. Eso es lo que uno debe soportar “en la previa”. Luego, cuando pasa lo que puede pasar con toda naturalidad, y lo que en el discurso periodístico resultadista se pretendía “de trámite” no resulta tal –el “débil” gana, el inventado “monstruo” demuestra en los hechos su auténtica dimensión humana– la expresión habitual para describir lo que pasa es: “Contra lo que muchos creían...”. ¡Qué rostro, compañero! Es decir: primero se inventa una tendencia o un favoritismo excesivo y después se lo destruye con ruido. Y ahí, como Gardel, “Mentira, mentira...” yo quiero decirles. Uno se cansa de tanta chantada.
Esas expresiones, las más ridículas y habituales del resultadismo, una escuela de prédica periodística que no se basa en principios sino en (resultados) finales, no tienen en cuenta en realidad, de cada partido, una de las variables: el (imprevisto) trámite. Es decir, no consideran en qué medida esa palabra tiene otro uso mucho más rico y significativo que el usual de “mero o puro trámite”. El “trámite” es lo que realmente pasa a la hora de la verdad, el hecho singular, la sucesión irrepetible de una hora y media de fútbol.
Porque el “trámite” de un partido –y ahí sí reivindicamos la nomenclatura– es su desarrollo particular, lo que tiene de singular e imprevisible más allá de las variables constantes de equivalencias o desigualdades entre los contendores que se puedan predicar. El “trámite” puede ser “normal” o imprevisto –expulsiones, un gol prematuro del más débil, cataclismo climático– y hace a la temperatura, la singularidad del desarrollo de cada encuentro. Por eso, el trámite particular de un partido suele poner a prueba las convicciones, no las estrategias ocasionales, de un equipo. Y dinamitar el verso de los comentaristas.En ese sentido, España-Túnez fue ejemplar. Al empezar ganando los africanos 1-0 desde el imprevisto inicio, el trámite se modificó. Mutaron los intereses puntuales de los equipos: Túnez iba ganando y podía, según su capacidad o ideología, jugar a conservar lo que ocasionalmente había conseguido; España, a la inversa, necesitaba remontar un obstáculo imprevisto. Y así fue el trámite durante más de una hora. El empate de España instauró una nueva lógica: se convertía en nuevo inicio, necesidades primarias de supervivencia a flor de piel.
En resumen: el partido no fue para España –según preveían los pronosticadores– “un mero trámite”, sino que debió afrontar un “trámite” complicado. Y ahí, creo, el equipo de Aragonés mostró sus convicciones, las saludables que mostró en el primer partido: jugó asociadamente, tuvo paciencia, apostó –con errores, claro– a jugar bien, hasta que se le dio. En el caso de Túnez y su técnico, Roger Lemerre, el trámite los confundió: cuando pese a su esquema mezquino le empataron, Túnez cambió su manera de jugar, fue un poco más y lo abrocharon. No podía, no creía, no sabía cómo. Fue un partido interesante, de trámite cambiante. No un mero trámite. Nunca lo es.
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