DEPORTES › OPINION
› Por Susana Viau
Esto de estar forzado a la convivencia debe ser exasperante. Es probable que los vestuarios no escapen a esa sensación y un aire muy cargado haya rodeado a la delegación de Serbia y Montenegro, dos patrias obligadas a coexistir bajo un mismo técnico, un mismo uniforme, una misma bandera y un mismo himno. El equipo fue una olla de grillos y la contradicción terminó cuando uno de los dos únicos montenegrinos, enojado, tomó el abrigo de piel y la maleta de cartón y se marchó, ahora sí, a casa.
¿Y cómo se habrá celebrado en Cataluña el 3-1 de España contra Túnez, si es que se festejó? El partido se jugó menos de 24 horas después de la realización del referéndum que dará luz verde al estatuto de autonomía. Algunos dijeron que el 75 por ciento alcanzado por el sí representaba un éxito; otros moderaron la cifra ya que, si se toma en cuenta que lo aprobó el 75 por ciento del 50 por ciento que concurrió a las urnas, apenas un 35 por ciento refrendó un estatut que fue y vino, se hizo y se deshizo hasta que del proyecto original no quedó sino un pálido reflejo, a gusto y paladar de los socialistas y la derecha catalanista de Convergencia y Unión. Pues bien, el seleccionador Luis Aragonés se ne fregó en la herida autonómica y sólo paró sobre el césped a dos hombres del Barca –equipo que bien podría usar para sí el “más estrellas que en el cielo”, que caracterizó a la Metro Goldwin Mayer–: Puyol y Xavi. En la segunda mitad, sumó a un tercer catalán, Cesc Fabregas.
Quienes piensan que en estas instancias supremas, en este suerte o verdad mundialista la política pasa a segundo plano, las rencillas aflojan y todas las fisuras del edificio nacional y el mosaico internacional quedan unidas por el cemento de la camiseta, se equivocan: en Cataluña y el País Vasco, el rating de los partidos de la selección española es un 50 por ciento menor que el que se registra en el resto del Estado. Para más datos, desde hace una carrada de años los catalanes tienen su propia selección que, integrada por jóvenes, descartes del Espanyol e incluso algún veterano notable como Roger o Pep Guardiola, ha enfrentado a las selecciones de Argentina y Paraguay.
¿O qué decir de los puntos que le puso el serbio Albert Nadj al desubicado movilero criollo que le preguntó si vivía con miedo la víspera del partido contra Argentina? Con una sonrisa perdonavidas, el tipo contestó (en castellano casi perfecto) que después de haber pasado la guerra le temía a pocas cosas. En fin, el fútbol corre detrás de la política pero no puede escapar de ella. Parece una obviedad y sin embargo esa otra cara del Mundial permanece oculta y lejana para los grotescos, irrespetuosos, interminables enviados de ShowMatch y también para el puñado de goods for nothing que acompaña a Alejandro Fantino, un periodista deportivo metido a presentador que consume minutos de conexión mostrando cómo él y sus amigos juegan un tristísimo picadito, al amanecer, en una callejuela alemana.
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