Mar 03.10.2006

DEPORTES  › OPINION

Para que el fútbol florezca

› Por Cesar R. Torres *

A casi tres meses de la final de la Copa del Mundo, el incidente entre Zinedine Zidane y Marco Materazzi aún sigue siendo motivo de un animado debate. Fernando Signorini contribuyó el pasado lunes 25 al debate en las páginas de este diario. Al focalizar no sólo en el accionar de Zidane sino también en el de Materazzi, Signorini nos recuerda, apropiadamente, que éste es un dilema de compleja resolución. Teniendo en cuenta esta complejidad, Signorini argumenta que la reacción de Zidane ante las provocaciones de Materazzi fue justificada y correcta porque el francés defendió legítimamente “el supremo valor de su dignidad hasta las últimas consecuencias”. Con tono pedagógico, afirma que la reacción de Zidane constituye un mensaje “invalorable y emocionante”.

Si bien coincido con Signorini en el valor de amparar la dignidad personal, su defensa de la reacción de Zidane como dignificante me parece equivocada. Aplicándole un cabezazo en el pecho a Materazzi, Zidane no realzó ninguna excelencia humana ni ennobleció el fútbol que tanto honró durante su carrera. El ejercicio individual de la violencia con pretensión de justicia parece esclavizarnos más que liberarnos, ya que desconoce nuestra capacidad y esfuerzos para establecer condiciones que nos permitan vivir mejor. O sea, la elección de Zidane no conduce a su plenitud personal, ni a la del fútbol.

La justificación de la reacción de Zidane propuesta por Signorini pareciera aceptar una ética de la violencia mutua encarnada en frases del tipo “ojo por ojo, diente por diente”. Lamentablemente, estas actitudes son frecuentemente admitidas en la práctica cotidiana del fútbol de elite. Un ejemplo común de este ethos es la aceptación de la represalia como compensación de una falta, sancionada o no, considerada excesiva. Otro refiere al prejuicio que la dignidad personal se defiende a las trompadas. Todo parece muy primario, innoble e improcedente.

Sin embargo, mi desacuerdo con la reacción de Zidane y los argumentos de Signorini para defenderla no deben entenderse como una justificación de las provocaciones de Materazzi. Apelando al insulto como táctica y reaccionando intempestivamente, ambos jugadores desconocieron la lógica interna del fútbol y lo bastardearon groseramente. La reflexión sobre las acciones de Zidane y Materazzi pone de manifiesto que la excelencia futbolística sólo puede ser alcanzada respetando las reglas, el rival y sus habilidades.

Quizás el mensaje de este incidente es que un fútbol más sano, lúcido y feliz es aquel en el que sus practicantes cultivan sus bienes internos, así como las virtudes necesarias para su florecimiento.

* Doctor en Filosofía e Historia del deporte.

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