Imaginemos. Pero no como los necios conjurados en las logias tacticistas, que predicen como oráculos lo que en fútbol casi nunca pasa. Imaginemos de verdad y no necesariamente como John Lennon, pero con espíritu parecido. Imaginemos que Gimnasia y Boca están entrando a la cancha para jugar los cuarenta y cinco minutos de anteayer en La Plata, pero que el partido todavía no empezó, ni que al entrañable Juan Sasturain le sobrevolaron todavía las náuseas premonitorias del vómito (ver Página/12 de ayer). Imaginemos, es cierto que un poco desde el absurdo, que podemos abstraernos de todo lo que prologó, y por estas horas epilogó, el 4-1 de las suspicacias.

Es que casi todo lo visto y dicho de los cuarenta y cinco minutos de anteanoche se vinculan a las estadísticas del partido, a las dudas respecto del penal que al minuto el referí le da a Boca y a la posición de Marino en el tercer gol y a las sospechas –productos, cuando no de aprietes, o no– para que los jugadores locales “no dieron todo lo que podían o debían” o algo por el estilo.

Volviendo a cuando el partido no estaba en marcha, que la formación inicial de Boca haya sido Bobadilla; Ibarra, Silvestre, Díaz y Morel Rodríguez; Marino, Gago y Cardos; Guillermo Barrios Schelotto, Palermo y Palacio, pareció haber pasado inadvertida, tanto para festejadores bosteros, como para denunciadores pinchas y gallinas. Otra historia es si jugaron bien, regular o mal. Pareciera que no hubo reivindicación, esta vez para el técnico La Volpe, responsable de alinear a esos once: un arquero, cuatro en el fondo, dos con proyección (Ibarra y Morel Rodriguez), un semirrecuperador también con proyección (Gago), dos volantes más ofensivos que defensivos (Marino y Cardozo) y, por fin, tres delanteros (el Mellizo, Palermo y Palacio).

En estos tiempos de supuestos “equipos equilibrados”, desequilibrar mirando el arco de enfrente, por lo menos en la actitud, es todo un dato. Y, por qué no, una mínima gratificación.