DEPORTES › OPINION
› Por Diego Bonadeo
Idolo o no –que sí lo es–, del actual Boca Juniors, que Guillermo Barros Schelotto haya decidido seguir jugando activamente en Estados Unidos de Norteamérica nos quita a los disfrutadores del juego uno de los pocos condimentos de alegría futbolera. Tal la noticia, la de su éxodo, que uno intuye por hartazgo, y por qué no manoseo, en cuanto a su no titularidad de los últimos tiempos. Sería ocioso hacer ahora la cronología de sus sucesivas exclusiones del equipo titular, pero no es ocioso atribuirle al actual técnico de Boca Juniors, Miguel Angel Russo, la responsabilidad de no incluirlo. El Mellizo marcó una impronta diferente –también su hermano Gustavo–, tanto en Gimnasia y Esgrima La Plata, como en Boca. Jamás abjuró de su adhesión a Gimnasia, ni dejó de tener su hábitat natural y extrafutbolístico cerca de las diagonales. Reivindicó como pocos –casi ninguno– la vigencia de los “wines” en una permanente adscripción al “se juega como se vive”.
Si es cierta la noticia de su alejamiento del fútbol argentino sería una victoria más de los menesterosos adherentes al tacticismo y a las precauciones.
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