DEPORTES › OPINION
› Por Facundo Martínez
Que tres futbolistas de Boca –Palermo, Palacio y el suplente Migliore– hayan visitado en la cárcel de Ezeiza a los jefes barrabravas de Boca que purgan una condena por “coacción agravada por el uso de armas” puede que no sea suficiente motivo como para rasgarse las vestiduras. Que los mismos les hayan llevado como obsequios ropas deportivas de la firma que viste al plantel oficial, y también extraoficialmente, puede que tampoco revista mayor gravedad. Que el Servicio Penitenciario Federal les haya ofrecido un trato especial a tan notorias personalidades, que ingresaron al penal un día en el que los presos no reciben visitas, puede que tampoco llame demasiado la atención. Aunque éste no sea el mundo del revés.
Sin embargo, hay un detalle que no debería pasarse por alto y es el de la confirmación a todas luces de la connivencia de los jugadores con los violentos. ¿Cuántas veces, frente a hechos de violencia, se ha escuchado la voz de los futbolistas repitiendo: “Nosotros no conocemos a los barras”? Lo hicieron los jugadores de Gimnasia ante el fiscal que tomó la causa que ellos mismos habían puesto a rodar luego de denunciar amenazas a punta de revólver. Pero después se desdijeron, y no pasó nada. A los de River les tajearon los neumáticos de sus 4x4, pero tampoco admitieron conocerlos. La lógica es obvia: el jugador piensa que no es el actor adecuado para denunciar a los barras. Piensa así mientras mira de reojo al dirigente que en la mayoría de los casos juega al distraído cuando no a la víctima.
Ya habían provocado estupor y sorpresa las imágenes de otros jugadores de Boca: Migliore y el catamarqueño Díaz (mayo de 2006 en el Hospital Gutiérrez), o Silvestre, Marino, Ledesma, Ibarra y otra vez Díaz (agosto de 2006 en el Garrahan) repartiendo juguetes junto a Rafael Di Zeo, hoy entre rejas. El presidente de Boca, Mauricio Macri, fue enérgico entonces: “Si los jugadores siguen en esa postura, se van a tener que ir del club”, sentenció... y nada, nada de eso pasó porque, se sabe, en materia de barras bravas, los dirigentes suelen borrar con el codo lo que firman con la mano.
La reunión del miércoles entre jugadores y barrabravas abre una luz de esperanza en la lucha contra los violentos. Los fiscales, jueces y autoridades sabrán a partir de ahora adónde dirigir la mirada. Quizá sólo se trate de la punta del ovillo. Habrá que tirar entonces para empezar a erradicar con fuerza y seriedad a la violencia del fútbol.
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