DEPORTES › OPINION
› Por Juan Sasturain
Tras el superclásico del domingo –e incluso durante– se escucharon y leyeron críticas bastante duras al desempeño del volante central de Boca, el juvenil Ever Banega. Pareciera que su pecado capital fue la pérdida de tres o cuatro pelotas en el mediocampo boquense que, en algún caso, motivaron contraataques cuasi fatales para el local. Y es cierto, así fue. Claro que del resto de su actuación se habló poco.
En general, me parece absolutamente injusto para el pibe. No porque no sea cierto lo que se le achaca –las pérdidas, las demoras, se las marcó el mismo Russo–, sino porque no se hace justicia a todo lo que hizo con el abrumador resto de las pelotas que tocó, administró y entregó (siempre) con destino seguro, buen gusto y notable visión del juego: algo muy poco frecuente entre la media de nuestros jugadores actuales y que él suele hacer con naturalidad y intuitiva vocación por jugar que no debe ser minusvalorada. Por eso, es un detalle no menor puntualizar en qué circunstancias perdió la pelota el juvenil: a veces por gambetear mientras le buscaba destino seguro; a veces por intentar un pase excesivamente fino. Es decir: siempre fueron errores por cuidarla en demasía, por buscar un traslado preciso, no azaroso, a la pelota.
Estas “equivocaciones” de Banega están muy mal vistas hoy por algunos. Sobre todo por aquellos que consideran un dogma el “saque si quiere ganar”, consideran que cada oportunidad de anotar que no se convierte en gol “se la perdió” el delantero, predican sin pudor la necesidad de “terminar la jugada”, aunque eso signifique tirarla al carajo, y cada vez que se produce un gol buscan la desatención de la defensa, el “culpable” necesario. Es decir: se piensa el desempeño óptimo del jugador como el atento cumplimiento de tareas y responsabilidades. Y jugar significa, etimológicamente, también otra cosa: disfrutar, inventar, arriesgar, apostar. Se piensa más en cuidarse que en jugar, incluso cuando se tiene la pelota. En los tiempos del resultadismo, se juega al fútbol con forro. En síntesis: los errores de Banega son sólo resultado de la falta de equilibrio propio de quien ya es, precoz y saludable, un notable jugador de pelota, con chispazos de proyecto de gran jugador de fútbol. Lo que –tristemente– pasa es que la mayoría quiere tan poco a la pelota que no está en condiciones ni siquiera de cometer esas equivocaciones.
Por eso: corrija, Banega; pero siga así. Forever and Ever.
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