DEPORTES › OPINION
› Por Diego Bonadeo
Muchas veces las palabras encomilladas encierran falacias. Pero más avispado pareciera que debe estarse cuando se trata de palabras que debieran estar entre comillas y no lo están. Casi en todos los órdenes. Sin ir más lejos, la tan remanida “seguridad jurídica” a que desde el poder se hace referencia tantas veces para justificar lo que resulta de difícil justificación, jamás aparece con comillas. En los últimos tiempos, como en otros también, pero pocas veces como por éstos, las referencias a éxitos y fracasos de equipos de fútbol han servido para ratificar o llevarse puestos a directores técnicos. Y no hay comillas ni para éxitos ni para fracasos. Pero tampoco se puntualiza qué es lo uno ni qué es lo otro. En poco más de la mitad de lo que va de este torneo Clausura, olvidable como pocos, como ya parece lamentable costumbre (lo de olvidable) por estas tierras, el vaivén de entrenadores es una muestra más de la inconsistencia y vulnerabilidad del sistema. Casi uno por fecha, poco más o menos, son los clubes cuyos dirigentes, resultados, barrabravas o lo que sea decidieron cambiar nombres para responsables de los planteles, sin que ello signifique absolutamente nada –o casi nada– respecto del juego. Es que se suben al discurso vacío de los éxitos y de los fracasos, olvidando en general intencionadamente que tanto los unos como los otros son casi siempre efímeros y que, como tales, debieran ser encomillados.
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