DEPORTES › LA ARGENTINA Y EL 2030
En “Play the game” se debatió sobre la inversión que hacen los países locales, que luego no es aprovechada.
› Por Pablo Vignone
Desde Reykjavik
¿Quién gana con un Mundial de fútbol? La cuestión no es retórica y va mucho más allá de la obvia evidencia de que la Copa del Mundo es propiedad del seleccionado que vence en la final. Es que, ahora que Brasil fue ratificado oficialmente como organizador de la Copa del 2014 y el Comité Ejecutivo de la AFA decidió apoyar la iniciativa de su par uruguayo para disputar el hospedaje del Mundial del centenario, en 2030, algunas preguntas inquietantes afloran y no todas las respuestas recogidas en esta conferencia “Play the game”, sobre deporte y sociedad, que se desarrolla aquí en Islandia, resultan tranquilizadoras.
La Argentina todavía se turba ante el recuerdo del Mundial 1978, torneo del que jamás se produjo un balance; estudios más o menos serios estipulan que terminó costando casi diez veces más de lo presupuestado. En nombre de un presunto prestigio mundial no siempre posible de medir en términos efectivos, se invierten aún hoy a mansalva toneladas de dinero, que podrían tener mejor aplicación, especialmente en aquellos países en donde no sobra.
Solamente para construir estadios para la reciente Copa del Mundo 2006, Alemania gastó cerca de 1500 millones de euros, según informó el catedrático germano Markus Kurscheidt, de la Universidad del Ruhr, en “Play the game”. Semejante inversión no produjo beneficios destacados: el cálculo estima un rendimiento de 3200 millones de euros, que representan sólo el 0,13 por ciento del producto bruto interno alemán. “Si la Argentina tiene un crecimiento anual del ocho o nueve por ciento –le dijo Kurscheidt a Página/12–, un Mundial no produciría impacto en su economía.”
Sin embargo, la FIFA logró provocar un movimiento de 2000 millones de euros (“con pocos gastos –recordó Kurscheidt– porque a los jugadores los siguieron pagando sus clubes”) y otro tanto alcanzaron los sponsors.
Esa es la ecuación del Mundial: “Los gobiernos pagan la fiesta y la FIFA recoge los beneficios”, como opina el alemán Jens Weinreich, uno de los dos periodistas que la FIFA considera “persona non grata” por sus investigaciones sobre corrupción. “Todo el sistema deportivo –asegura– está basado en prácticas corruptas. Así como hay una Agencia Mundial Antidoping (AMA), debiera haber una igual contra la corrupción” porque, agrega, “ha quedado claro que las federaciones internacionales no tienen la menor intención de limpiarse; ese es un trabajo para las autoridades nacionales”. Esa es la tarea pendiente, no necesariamente la carrera por organizar una Copa del Mundo.
“La única razón evidente para hacerlo en la Argentina sería una propagandística, como ejercicio de marketing”, opina Kurscheidt. Sin embargo, esas operaciones no siempre salen bien o ni siquiera benefician al pueblo. “Sudáfrica, que hará la próxima Copa, está construyendo un estadio en el medio de una zona muy pobre en la que ni siquiera hay agua –relata–. Ellos creen que así atraerán turistas.”
Sudáfrica logró la Copa del Mundo 2010 después de que los votos africanos fueran decisivos para la elección de Joseph Blatter como titular de la FIFA en 1998 y luego de que Alemania le soplara la organización del Mundial 2006 gracias a la “generosa” contribución, en negocios, de importantes empresas germanas.
La Copa del Mundo vuelve a Sudamérica en 2014 por primera vez desde 1978, 36 años después. La Conmebol acordó apoyar a Brasil, y cuando el presidente de Colombia, Alvaro Uribe, quiso competir por la nominación, la propia federación colombiana lo desestimó.
La suerte del Mundial 2030 se decidirá probablemente en 2022 o 2023, dentro de al menos una década y media, y es improbable que, en esos días, con más de 90 años, Julio Grondona ya no tenga tanta influencia en la FIFA. ¿La tendrá Julio Grondona hijo?
Quizá para entonces esté al frente del organismo el actual secretario general, un cargo que ostentaba Blatter cuando fue elegido presidente en 1998. El francés Jerome Valcke era director de marketing en diciembre de 2006 cuando, al cabo de un proceso judicial perdido en los Estados Unidos contra uno de los sponsors de la FIFA, que le costó al organismo 90 millones de dólares, dejó su cargo acusado por la entidad de “haber roto los principios con que se hacen los negocios”.
“Valcke está acusado de mentirles a la corte y a los sponsors”, asegura el británico Andrew Jennings, el otro periodista no grato para la FIFA. Pero otra corte de los Estados Unidos reivindicó a Valcke y la FIFA lo declaró “limpio” y lo reincorporó en junio como secretario general. Jennings confirmó a este diario que el magistrado suizo Thomas Hildbrand “sigue la investigación que inició hace treinta meses sobre la FIFA” y que “es razonable presumir que las autoridades suizas están planeando llevar a juicio a algunos de esos personajes en no mucho tiempo más”.
Si la Argentina y Uruguay deciden finalmente competir por la sede del 2030, deberán prepararse para situaciones equívocas, como la siguiente. En el mismo edificio de Zug en que funcionaba ISL, la empresa que vendía antes de quebrar los derechos de TV y marketing de los mundiales, trabaja ahora otra compañía de marketing deportivo, llamada InFront. De acuerdo con Jennings, InFront comercializa los mismos derechos que antes manejaba ISL, su titular se llama Philippe Blatter y es el sobrino del presidente de la FIFA. “Me pregunto de qué hablarán ellos en privado”, señaló el inglés con ironía.
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