DEPORTES › EL FRANCES ESPERA POR FEDERER O DJOKOVIC
La sorpresa del Abierto de Australia dio un nuevo batacazo al barrer en tres sets al dos del mundo. “Jugué increíble”, dijo.
› Por Sebastián Fest
Desde Melbourne
El francés Jo-Wilfried Tsonga arrasó ayer con cualquier atisbo de esperanza del español Rafael Nadal al derrotarlo por 6-2, 6-3, 6-2 para avanzar a la final del Abierto de Australia. Tsonga se medirá el domingo con el ganador de la otra semifinal, que jugaban el suizo Roger Federer y el serbio Novak Djokovic.
“Es increíble, espeluznante. No sé qué decir, jugué increíble. Sencillamente estoy feliz”, comentó el francés de 22 años y número 38 del ranking mundial. “Tsonga Tsunami”, rezaba un cartel sostenido por fans del francés en las gradas del Rod Laver Arena. Buen resumen de lo que vivió ayer el español: un tsunami de tenis se devoró su juego, en una de las derrotas más frustrantes de su carrera. Nadal, que había ganado hasta ayer sus cinco semifinales anteriores en Grand Slam –tres en Roland Garros y dos en Wimbledon–, no tuvo respuestas ante el devastador francés, dueño de un tenis de fuerza y toque con números para el asombro: 49 tiros ganadores contra 13 de Nadal, 27 errores contra 12 del español, lo que significa que Tsonga dominó el partido de principio a fin.
Y 17 aces contra sólo dos de Nadal. El primer set se fue en 32 minutos y su último punto fue una buena síntesis del parcial y del partido: saque de Nadal a 194 kilómetros por hora, Tsonga devuelve como si nada y en su siguiente encuentro con la pelota lanza un “palo” de derecha paralelo que deja a Nadal inmóvil, desbordado y asombrado. El público, espontáneamente, se puso de pie y ovacionó al francés, que reclamó más apoyo moviendo frenéticamente los brazos. La gran mayoría de los 15.000 espectadores en la agradable noche de Melbourne quería ver ganar al francés.
Tsonga comenzó el segundo set en la misma sintonía: ganó el saque en cero y, a esa altura, sumaba ya diez puntos consecutivos. Eran las ocho y media de la noche, ni siquiera se llevaban 40 minutos de juego, y nada era como Nadal había soñado. “¡Venga!”, se gritó el español a sí mismo, buscando motivación para no ahogarse ante el “tsunami Tsonga”. Pero el francés había sido tocado por los dioses: cada tiro suyo generaba asombro sin límites, ya fuera por el desborde de potencia y precisión o por la sutileza que era capaz también de mostrar.
¿Era posible seguir jugando todo el partido en ese nivel? Sí, porque a una doble falta Tsonga reaccionaba con un ace a 211 kilómetros por hora, porque su derecha era un martillo, porque las stop-volley dejaban sin reacción a Nadal, que perdía su servicio para 5-3 del francés. Y así se le fue también el segundo set al número dos del mundo, que a las 21.20 de Melbourne jugó el que quizás haya sido el juego más frustrante de su aún breve carrera: Tsonga ganó el saque en cero enhebrando dos aces a 202 kilómetros por hora, uno a 221 –reconocido gracias al ojo de halcón– y un saque a 189 que le permitió ganar el punto y el set con una aplastante derecha invertida.
El público deliraba, y el cartel de estadísticas en el estadio parecía hacerlo también. ¿Podía ser cierto que Tsonga llevara 22 tiros ganadores contra dos de Nadal? Era cierto, tan cierto como que ya no había esperanza para el español, tan cierto como que Tsonga no estaba dispuesto a dejar pasar la chance de su vida. Nadal dispuso de tres break points en el segundo juego, pero Tsonga los salvó todos con golpes espectaculares.
El español cerró los ojos y estiró el cuello hacia atrás: acababa de perder una gran oportunidad. A lo lejos, la sirena de un barco en el puerto de Melbourne quebró el silencio del estadio. Se iba el barco, quizás a España, el mismo destino que le sellaba Tsonga a Nadal en el pasaporte. Sellado con ace, uno más. El festejo fue tan insólito como el partido. Tsonga agachó la cabeza, exhibió un gesto de abrumada tristeza y se acercó para un rápido saludo con Nadal en la red. Una vez que el español enfiló hacia su silla, el francés, entonces sí, comenzó a saltar. La sonrisa le iluminó el rostro mientras se señalaba con sus dos pulgares la espalda, cual futbolista que acaba de anotar un gol.
“No estoy seguro de haber visto alguna vez en mi vida un tenis así”, dijo uno de los comentaristas del Channel 7 australiano. Y la frase podría haberla dicho el mismísimo Nadal.
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